Ecuador no es una nación católica a secas, sino que en su mismo ADN, digamos usando un símil biológico, está el ser católica. Bien lo dijo el sabio historiador y diplomático Julio Tobar Donoso, la Iglesia fue conformadora de la nacionalidad. La primera entidad integradora de los pueblos de este país fue el obispado de Quito, en torno del cual se estructuró la Real Audiencia, cuya jurisdicción apenas cambiada constituyó el Estado ecuatoriano. El laicismo, la separación de Iglesia y Estado, tiene raíces evangélicas, “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios”, se creó en Occidente cristiano, en ninguna otra parte más, por lo que la evolución natural de las sociedades exigía dar ese paso. Por desgracia, aquí esa separación se ejecutó de manera sangrienta y la revolución jacobina de 1895, en lugar de hacer laico al Estado, lo convirtió en anticatólico. Aunque la presión del pueblo creyente logró moderar las instituciones anticlericales, todavía en la mente de muchos permanecen confundidos los conceptos y quieren una Iglesia dedicada a celebrar cultos vacíos sin repercusión en la vida real de los fieles.

Pero la cosa va más allá. Ya que están alineados con el eje Moscú-Pekín de potencias autoritarias, quieren una iglesia sumisa, como es la Ortodoxa Rusa, que ha condescendido con todas las tiranías que han gobernado su país, o quizá como la “católica” china, enteramente subordinada a la oligarquía comunista. Por eso les ha dolido que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) publique un comunicado que alude con cortesía a la actual situación. Propone cosas que cualquier persona civilizada aceptaría: “un clima de diálogo que acoja las opiniones y las propuestas de todos”. Por su parte, el nuevo presidente de la CEE, monseñor Eugenio Arellano, dice querer un país “donde cada uno tenga su derecho a tener sus opciones y expresarlas con plena libertad, sin represalias de ningún tipo”. Habló de un “partido único”, que no lo hay, no en el sentido soviético o chino de la expresión, pero sí en la manera que lo fue el PRI mexicano. Estas expresiones tan comedidas resultan demasiado fuertes para quienes quieren clérigos cuya labor se restrinja a bendecir obras públicas y casar hijas de los recién enriquecidos.

Los obispos nucleados en la CEE hicieron también otro pronunciamiento, este de solidaridad con sus hermanos de Venezuela, de quienes recogen y refrendan sus expresiones: “está muerta y desaparece toda posibilidad de opinión divergente o contraria a quienes están en el poder”. El episcopado venezolano ha tomado abierto partido por la libertad y la república, porque allí la situación ya clama al cielo. A veces nos puede la impaciencia y quisiéramos que la jerarquía ecuatoriana se pronuncie con más contundencia. No es ese el espíritu de la Iglesia. “Cada cosa tiene su tiempo”, determina el Eclesiastés. Y el libro de Josué dice: “No saldrá palabra de vuestra boca, hasta que llegue el día en que les diga: clamen y vociferen”. (O)