Llegué allí para realizar una entrevista, olvidé pronto a las cámaras de televisión para concentrarme en las respuestas de Antonio, dueño de aquel lugar. Su historia frisa la ficción, pues él y sus dos hermanos quedaron mutilados cuando fueron atacados en pleno campo por un tipo de serpiente particularmente peligroso. El veneno se metió en la sangre. A pesar de los sueros antiofídicos, Antonio perdió la pierna izquierda, uno de sus hermanos también, por la misma razón, el otro murió.

Me sucedió algo insólito en aquella interviú, la mente se me bloqueó, a pesar de haber entrevistado ya a más de mil personas, me quedé corto frente a un hombre humilde, generoso, enamorado de su esposa como en el primer día cuando la conoció. Sus respuestas eran las de un ser profundamente humano que filosofa sin siquiera darse cuenta. A pesar de sus creencias religiosas, no imagina que otra vida pueda esperarnos más allá de la muerte, cultiva el carpe diem del poeta Horacio. La traducción literal otorga relevancia a la frase “cosecha el día”, cuyo contenido intenta alentar el aprovechamiento del tiempo para no malgastar ningún segundo.

Antonio se acuesta a las 10 de la noche, se levanta a las 4 de la madrugada. Con su esposa prepara las comidas, los clientes del barrio (Mapasingue) empiezan a llegar a las 6 a.m. Cuando le pregunto si de repente experimenta sensaciones raras como que tiene sensibilidad en el pie, me contesta que en efecto suele sucederle por las noches, despierta sintiendo como si su pie ausente le mandase un mensaje. Recordé que en una de sus novelas Miguel Donoso Pareja presta esta sensación a uno de sus personajes: detrás de cada cuerpo mutilado hay una historia que contar, decía Sergio Ramírez. La sensación de un miembro como parte sensorial y motora de uno mismo parece ser algo innato, integrado, y esta suposición se basa en el hecho de que la gente que nace sin extremidades podría tener vívidos fantasmas en su lugar. Lo llaman síndrome del miembro ausente.

Pregunto a Antonio lo de la felicidad, contesta que es el hecho de sentirnos vivos y queridos, ama a sus dos hijas y a su hijo; su esposa Vicenta me dice que se enamoró de él porque irradiaba bondad, no se fijó en la pierna mutilada. Antonio no podía soportar la idea de vivir mantenido, tuvo que luchar durante un año para que su picantería empezara a prosperar. Aquello sucedió hace dieciocho años. A pesar de leer bastante, sentí que este encuentro me enseñaba mucho más que cualquier libro. El abrazo que nos dimos en el momento de la despedida fue como el instante de gracia que de repente nos ofrece la vida. La mirada de Antonio es tan transparente como lo ha de ser su alma; uno llega con una lista de preguntas, pronto relegadas, mientras el entrevistado, con pasmosa sencillez, destila humanismo

Comparamos a menudo la pérdida de un amor como la de una pierna, un brazo; la imagen, algo trillada, expresa una verdad, pues existen también mutilaciones del alma cuando la muerte o la ruptura nos arrebata a un ser amado. (O)