La transición política que enfrenta el Ecuador con el proceso electoral tiene como telón de fondo el dramático fin de un liderazgo caudillista que vive con extrema ansiedad y angustia su retirada del poder en medio del derrumbe del proyecto revolucionario de Alianza PAIS. El presidente Correa no sabe cómo enfrentar las elecciones y menos todavía cómo facilitar la transición democrática, pacífica, de gobierno. Remueve el escenario todos los días con decisiones abruptas (como la de los militares), amenazas desestabilizadoras y llamados a la violencia.

Correa ya anticipó el rol desestabilizador que jugará si triunfa en las elecciones Lasso. Lo hizo con su habitual arrogancia y soberbia: “La mejor manera de tenerme lejos es que se porten bien. Si se portan mal, me les presento y los vuelvo a derrotar”. Quiere someternos a una conducta, mantener intocado su propio legado, o exponernos al castigo. Si se portan mal… Aún se siente invencible e insustituible. La declaración solo muestra el juego del poder caudillista: generar un vacío político hacia el futuro para volver a sentir el llamado mesiánico. La revolución ciudadana es impensable fuera de Correa. Correa no cree en nadie salvo en él. Ni siquiera cree ni respeta a Lenín Moreno.

A su lenguaje amenazante le siguieron, unos días después, incitaciones a la violencia. No puede admitir la existencia de malestares frente a su gobierno; y si los hay, pues que se silencien, o si no caerá el castigo. En Ventanas, el jueves pasado, un grupo de ciudadanos gritaba: “¡Mentira, mentira!”, mientras Correa informaba sobre la situación del hospital local. Hasta que perdió la cabeza: “Bueno, compañeros, qué pena, es todo lo que les puedo ofrecer, si es tan malo lo cerramos, me avisan, me avisan para cerrarlo”. ¿Quién se cree Correa? Pues un señor intocable con arranques despóticos. En Correa la gestión pública, la calidad de los servicios estatales quedan sujetos a un criterio de patrón: o acepten o aténganse a las consecuencias. Correa representa un anacronismo histórico en términos de respeto a los ciudadanos y reconocimiento de sus derechos. Él define cuáles son los derechos exigibles y cómo se los puede atender.

No queda allí el incidente. En la sabatina vino otro arranque inaceptable: pidió a sus huestes reaccionar frente a los ‘infiltrados’, ‘instigadores’, ‘majaderos’ de Ventanas. Correa quiere hacerse respetar a golpes. “O controlan a estos majaderos o los controlo yo, y se va a armar la grande porque yo me haré respetar”. El patrón ha perdido todos los estribos.

La transición de una estructura caudillista de liderazgo toma formas despóticas en este fin de ciclo político. El caudillo no resiste la idea de abandonar el poder, menos la sensación de ruina política y moral que rodea a su promesa redentora y refundacional. Ahí están Capaya y el primo soltando basura. Claro que da vergüenza escucharlos, convertidos en piezas electorales, pero esos engendros de inmoralidad, traición y corrupción son productos revolucionarios. Correa lo sabe. No resiste la brecha insalvable entre el milagro prometido, la refundación de la patria y la penuria moral que nos invade. Esa brecha insoportable explica su ansiedad y su desquiciamiento en el espacio público. (O)