Desgraciada la sociedad que confunde la astucia con la inteligencia, dijo, según parece, el filósofo inglés Francis Bacon, expresando una gran verdad. ¿Qué significa astuto?, preguntamos, anotando que en Ecuador llamamos “vivo” al astuto. La RAE es contundente: “Agudo, hábil para engañar o evitar el engaño o para lograr artificiosamente cualquier fin”. Entonces, la astucia está siempre relacionada con el engaño, con los efectos y apariencias. La inteligencia no necesariamente se opone a la astucia, incluso pueden coincidir en algunas personas, pero es la capacidad de captar lo sustancial, de inter legere, de leer dentro, más allá de lo externo y aparente.

La inteligencia impulsa el cambio, busca resolver los problemas nuevos, mientras que la astucia requiere de un escenario prefijado para montar sus arterías. Eso explica por qué este país, adorador de la astucia, de la viveza, sea tan resistente al cambio. Es característico del astuto su inmediatismo, resuelve el día a día, pero es incapaz de entender el largo plazo. Expuesto en términos militares, podríamos decir que el astuto puede a veces ser un buen táctico, pero no un buen estratega. Será un buen jugador de póquer, pero no de ajedrez. Un astuto no comprenderá el sacrificio de una reina sobre el tablero, o la retirada de una posición militar ventajosa, enmarcados en una estrategia de largo plazo. Quiere siempre ganar todas, “no quedarse con una”. Muchos astutos delincuentes son muy ingeniosos a la hora de planear sus crímenes, tanto que provoca decirles ¿por qué no dedica su talento a montar un buen negocio? No lo entenderán, su poder de análisis se limita los pocos días, mientras que el manejo de “la tienda de la esquina” requiere planificación y largo aliento. Por eso es frecuente que la astucia coincida con la hiperactividad, pero casi nunca con la constancia y el empeño.

Las acciones del astuto se enmarcan dentro de cierta previsibilidad, aprovecha el descuido esperado, no el cuidado inesperado. El inteligente planifica contando con la posibilidad no planificada, principalmente con la de sus propios errores, por eso es humilde ante la realidad. En cambio, el astuto “se las sabe todas”, conoce todas las respuestas y ante el éxito reiterado se vuelve soberbio. Cuando le cambian el marco, entra en pánico y comete sistemáticos errores, esperando que la suerte que tuvo antes se repita. El astuto puede ser un buen político, hábil para ganar elecciones, pero no un estadista o un buen gobernante. Está el caso del hombre más astuto de un país del Pacífico sudamericano, que engañó con sus artimañas a su nación gracias a una bonanza de diez años. Los abundantes recursos le permitían comprarse siempre el más sofisticado kit de mago, para embobar a sus conciudadanos. Hasta que se le acabó la plata. Acorralado por los hechos no da una, no para de decir y hacer disparates. Una persona así, en una situación tan compleja, se torna peligrosa, pues es capaz de cualquier barbaridad con la fútil esperanza de que pronto volverán las vacas gordas. (O)