El voto nulo, en el esquema político ecuatoriano, está directamente relacionado con la obligatoriedad del sufragio. Ciertos países dan a este tipo de voto un valor real, por ejemplo, si los nulos rebasan determinado porcentaje, las elecciones deben repetirse con otros candidatos. En nuestro país nunca se ha establecido algo semejante, ahora, más bien, se margina absolutamente a los votos nulos, quitándoles peso para toda clase de cómputos electorales. De lo que se ha investigado quienes votan nulo no son rebeldes, sino más bien seres apáticos, ultraconformistas, con baja capacidad de relacionarse con otras personas. Son “anómicos”, desintegrados que no se sienten parte del cuerpo social, pero que tampoco toman acciones para cambiarlo. Tienen un perfil psicológico muy determinado, por lo que constituyen un porcentaje estable de la población difícil de incrementar o disminuir. A ellos se añade siempre un grupito de los que en mi pueblo llamábamos mushpas, adormilados en quichua, que meten mal el dedo y anulan sin querer sus votos.

En las elecciones presidenciales ecuatorianas el porcentaje de nulos y blancos giraba en torno al 15%, desde 1996 hasta 2006, año este en que alcanzó el 16%. Desde 2009 comenzó a bajar, llegando al 9% en 2013. ¿Cómo se explica ese decrecimiento? Por la inclusión de grupos como los militares, policías y menores de 18 años, mayores de 16. Esto demuestra lo que ya sabíamos, que el porcentaje de nulos es potenciado por la obligatoriedad: si el sufragio no es forzoso, los anómicos no votan. Quien va a las urnas voluntariamente no lo hace para votar nulo en un sistema que no otorga ningún efecto legal a este tipo de manifestación. Por eso, sin duda, adolescentes y miembros de la fuerza pública van a votar siempre positivamente, explicando así la caída de la fracción del voto nulo.

La Constitución vigente establece actualmente que “no será necesaria la segunda votación si el binomio que consiguió el primer lugar obtiene al menos el 40% de los votos válidos y una diferencia mayor de diez puntos porcentuales sobre la votación lograda por el binomio ubicado en el segundo lugar”. Todo indica que las cosas están a punto de que se pueda aplicar esta disposición, el binomio mejor posicionado se acerca al 40% previsto de sufragios válidos, para alcanzar esa mayoría relativa se necesita que el número de blancos y nulos crezca, ya que en valores absolutos aparece estancado y aún decreciendo. Entonces cada voto nulo vale oro. Mientras que meter un paquetazo de votos favorables a una candidatura es complicado, es fácil anular papeletas válidas con una simple raya. Sería muy raro, por no decir sospechoso, que remontada la tendencia decreciente que hasta hoy han tenido como porcentaje, de pronto, nulos y blancos se disparen, digamos, a un 19%, como por ahí han predicho. Y mucho más habiéndose dado una campaña apasionada y polarizada, que más bien impulsará a algunos anómicos a votar positivamente y a los mushpas a hacerlo con más cuidado. (O)