Lenin Moreno es el anticandidato, el antipolítico del proceso electoral: no puede hablar, no puede pronunciarse, no puede debatir, no puede tomar posiciones, no puede aparecer. Lo han forzado a guardar silencio. Se encuentra en la competencia para cumplir un rol que lo anula como político, imposibilitado de construir una identidad propia. Lo atraparon el aparato de Alianza PAIS y el verde flex, su candidato a la Vicepresidencia –lo peor del continuismo, un lastre que lleva encima– y el propio Rafael Correa. Es el candidato sin rostro. Se impuso la tesis de la continuidad, del legado intocable y de la aclamación al líder. Moreno repite en sus discursos los logros de la revolución ciudadana y la necesidad de perfeccionarlos.

Si Moreno aún se ubica en el primer lugar de las preferencias electorales se debe al capital político acumulado por la revolución ciudadana durante diez años, a la capacidad del Gobierno para disimular la crisis económica con un endeudamiento gigantesco y a la división de la derecha con sus episodios de canibalismo. Todas las encuestas muestran una caída en las preferencias hacia Moreno y un deterioro de su imagen y credibilidad, pero todavía con un colchón para resistir el último tramo de la campaña. La estrategia de Alianza PAIS de ganar a como dé lugar la elección presidencial, incluso escondiendo a su candidato, juega contra el propio Moreno: el movimiento construye los peores escenarios de gobernabilidad para el relevo de Correa.

La división de la derecha en este proceso electoral ha sido una carta enorme a favor del oficialismo. Si Alianza PAIS tiene dificultades para hacer posible el relevo de Correa, lo mismo pasa en la derecha. Jaime Nebot y la tradición socialcristiana han jugado las mismas fichas: obstruir la consolidación de otro liderazgo en ese campo ideológico. Nebot coqueteó con ser candidato y cuando se dio cuenta de sus pocas posibilidades, sacó una ficha suya y la puso en el tablero electoral. Ha jugado a la lucha interna de la tendencia, a no ceder el poder ni el liderazgo de la derecha desde su trinchera de Guayaquil. La candidatura de Cynthia Viteri replica a la perfección los límites del socialcristianismo: una gran fortaleza en Guayaquil y en un par de provincias de la Costa, pero escasa capacidad de presencia en Quito y la Sierra. Y si alguna posibilidad tenía aún de crecer esa candidatura para situarse en el segundo lugar –donde no está, pese a todos los malabarismos de Blasco Peñaherrera–, se echaron a perder después de la pésima presentación en el debate organizado por la Cámara de Comercio de Guayaquil. Una agresividad sin nombre en contra de Guillermo Lasso fue elegantemente contestada por este: yo no soy el enemigo en el actual proceso.

La oposición rivaliza entre sí y se neutraliza. La candidatura de Lasso lucha arduamente para vencer los límites que le impusieron las de Cynthia Viteri en la Costa y de Paco Moncayo en la Sierra. Su ventaja sobre estas dos radica en su carácter más nacional con una votación bastante homogénea en todo el país. Si la oposición todavía tiene esperanza de una segunda vuelta, y de ese modo abrir la posibilidad de un nuevo reparto de las barajas –lo que en sí mismo muestra su fragilidad–, se debe a que tiene al frente a un candidato oficialista que se neutraliza a sí mismo y es neutralizado por su movimiento. (O)