El filósofo Karl Popper decía que “es tiempo ya de que aprendamos que la pregunta ‘¿quién debe detentar el poder en el Estado?’ importa muy poco si se la compara con las preguntas ‘¿cómo se detenta el poder?’ y ‘¿cuánto poder se detenta?’”.

Estamos a menos de un mes de las elecciones presidenciales y el nivel de electores indecisos permanece en un nivel históricamente alto. En estas elecciones el país se está jugando no solo la recuperación del crecimiento económico, sino de las instituciones que hacen posible una democracia liberal.

Por un lado, pareciera que el voto de cada individuo importa mucho pues la vida de los ecuatorianos ha sido invadida por la política en casi todos sus ámbitos. Además, parecería que el resultado del proceso democrático siempre es legítimo, porque cada elector tiene un voto. Pero los resultados casi nunca son justos, pues el proceso democrático favorece a aquellos que detentan poder político e ignora, cuando no perjudica, a aquellas minorías desfavorecidas cuyas opiniones son tan raras o extrañas que a los políticos les conviene, electoralmente, ignorarlas.

Mis colegas Aaron Ross Powell y Trevor Burrus explican que la política pinta el mundo de blanco y negro: “No solo surgen los partidos políticos, sino que sus partidarios se asemejan a los fanáticos del deporte, a las familias en discordia, o estudiantes de escuelas secundarias rivales. Los matices en las diferencias de opiniones son intercambiados por dicotomías rígidas que son en gran medida fabricaciones”.

La popularidad es una forma importante de poder político. Por eso, los políticos suelen estar dispuestos a hacer lo que sea por mantenerla. Esto hace que en la política importe más lo que se ve que lo que realmente pasa.

Todo eso nos lleva a pensar mal de la política y de los políticos. Muchos se quejan de todos los candidatos o de algunos en particular. Por favor, recuerden todos esos defectos que suelen ver en los políticos la próxima vez que les consulten en las urnas si darle o no más poder a la clase política gobernante de hoy o del futuro. Si bien esos políticos puede que sean de su agrado, nada es eterno y ese mismo poder el día de mañana lo heredarán otros que quizás no lo sean.

En los últimos años se sometieron al proceso democrático decisiones acerca de violar o no derechos individuales, cosa inadmisible en una democracia liberal digna de dicho adjetivo. Recurrentes mayorías electorales de ese momento aprobaron múltiples cheques en blanco al Gobierno actual, que pretende permanecer en el poder de manera indefinida y que nunca quiso respetar las reglas del juego democrático.

Para los indecisos y aquellos que desean votar nulo o blanco: es cierto que no hay candidato ideal y, quizás, ni uno que se acerque remotamente a sus preferencias individuales. Pero lo que importa es que quien sea que llegue a Carondelet haga las reformas políticas y económicas que reduzcan la capacidad que tiene la clase política de hacerle daño a la sociedad.

Popper decía que “debemos aprender que, a la larga, todos los problemas políticos son institucionales”. Por lo tanto, en lugar de esperar a un “redentor”, deberíamos elegir a aquel candidato que prometa un mayor control institucional del poder. (O)