La frase titular sale de Saber lo que es olvido, última novela de Carlos Arcos Cabrera, un autor del que no diré que es el mejor del país porque la carga de subjetividad que tiene ese concepto le resta toda significación. Es sí un escritor honesto, valiente, profundo, sapiente, a lo que añade maestría en las destrezas literarias, como habilidad narrativa y manejo del idioma, valores todos que pueden ser verificados en la lectura de su obra. Sé que Arcos es esmerado en el manejo de los instrumentos profesionales del novelista, pero no es una obsesión. Su arte cumple con lo que decía Picasso: “La técnica está muy bien, siempre y cuando no se note”. Esta tranquila suficiencia con la que enfrenta lo formal le permite hacer una literatura preocupada de grandes temas, es decir trascendente, algo que se ha hecho raro en todo el mundo y ni hablar en el país. Las novelas bestsellerosas y comercialmente correctas de las más famosas plumas del momento son absolutamente incapaces de plantear las grandes problemáticas humanas... sin embargo de lo cual casi todos los escritores ecuatorianos las imitan, creyendo que hacen gran literatura pero, y esto es lo penoso, ni por eso logran grandes ventas.

Carlos Arcos no tiene miedo de sentirse ecuatoriano, eso mismo le permite pasearse con solvencia por Lima, como lo hizo con esa otra joya titulada El invitado, o por Concepción y Sevilla, como lo hace en esta. No tiene problema en plantearse escenarios rurales o abordar historias indígenas, porque conoce demasiado bien esas realidades y no teme que lo califiquen de extemporáneo, por eso se atreve a dialogar con Jorge Icaza, la figura señera de la novelística ecuatoriana, y posee los argumentos para conversar fructíferamente con el gran hombre. Igual, sin pedir permiso, se pone a narrar desde voces de mujeres, metiéndose con una materia tan pegajosa como el lesbianismo, sin ensuciar los temas. Así va Saber lo que es olvido, confrontando cuestiones cruciales, como el género, la identidad sexual, el ser mestizo, el dolor y la miseria de una sociedad atravesada por las quebradas del clasismo. Con testimonios de autenticidad tan bien trabajada, que a cada momento parece que va a saltar el nombre de algún conocido implicado en esas tramas, nos demuestra eso que recién empiezan a descubrir los cientistas: que la novela es un instrumento de análisis científico de superior jerarquía.

Es una virtud el saber hacer novelas que admiten varios niveles de lectura. El último trabajo de Arcos permite una lectura recreacional, porque a pesar de la densa sustancia que lo conforma, es ligero de leer gracias a su estilo limpio y no solo eso, es apasionante. Quienes busquen contenidos más sofisticados los hallarán y en abundancia. Con todos estos elementos nos plantea un gran alegato contra la desmemoria y nos reta a no seguir edificando una nación sobre la amnesia, porque hasta ahora hemos sido una sociedad con una atroz tendencia a borrar el recuerdo incluso del pasado inmediato, somos el País del Olvido. (O)