La corrupción será la bestia negra que perseguirá a los integrantes del binomio altivo y soberano. La mayor parte de los esfuerzos de su campaña deberán dedicarlos a convencer a los electores de que son hechos aislados y a demostrar que ellos, en términos personales, no estuvieron involucrados. Dos tareas titánicas cuando se comprueba que hoy más que nunca tiene validez la afirmación –hecha a lo largo de todo el siglo XX y lo que va del actual– sobre las cataratas de pus que brotan de cualquier lugar en que se pone el dedo. Es, sin duda, una excelente oportunidad para que los candidatos de oposición transformen este tema en el centro del debate electoral y puedan colocar a los oficialistas a la defensiva. Pero, de lo que se ha visto hasta el momento, e incluso por lo que se desprende de declaraciones de más de un candidato opositor, parece que este será un asunto secundario en la campaña. Si es así, la ética y las posibilidades reales de un cambio drástico quedarán relegadas para el tiempo del nunca jamás.

Con enorme dosis de pesimismo se ha reiterado que los actos de corrupción no influyen en la mayoría de electores. Se asegura que gran parte de la población acepta el robo o el enriquecimiento desde los cargos públicos a cambio de una obra por aquí y otra por allá. En el caso actual se señala al mejoramiento de las carreteras como el narcótico que adormecería a ese amplio sector del electorado y, por ello, no convendría convertir a la corrupción en uno de los ejes de la campaña. Pero si los candidatos de oposición actúan así, si bajan los brazos y tratan de pasar la página, no solo serán encubridores, sino que perderán la más valiosa oportunidad –y única para muchos de ellos– de dar un vuelco a un mal que ya es endémico en nuestro medio. La misma indiferencia de ese electorado permisivo con la corrupción requiere de una pedagogía política que debe ser desarrollada en la campaña.

Adicionalmente, los escándalos de Petroecuador, Odebrecht y anteriores, como el de Delgado-Duzac, ponen en evidencia dos hechos fundamentales para el momento político. Primero, que el problema no se reduce a casos aislados, sino que han operado verdaderas mafias. Segundo, que el control de todos los poderes ha sido el escudo protector de esas redes de corrupción y de las que con toda seguridad se descubrirán en el futuro. Basta ver que ninguna de las denuncias ha sido hecha por las instituciones de control y que, cuando ha saltado el escándalo, en acción conjunta y coordinada con el Gobierno han buscado taparlo.

Por consiguiente, la tarea política inmediata para quienes buscan llegar a la Presidencia o a la Asamblea es colocar el tema en el centro del debate y perseguir políticamente a los involucrados. La tarea mediata, a partir del 24 de mayo, será desmontar el aparato institucional que ha sido sumamente útil para encubrir los sindicatos o clubes de las manos ardientes. (O)