La Nochebuena, con todo el significado que trae para los católicos, también impulsa a las familias y a los individuos a celebrar la Navidad, con niños felices, reunidos y con espíritu sereno. Una especial oportunidad para expresarnos afecto con alegría, aun cuando multitudes sentirán en su interior soledad, tristeza, angustia o nostalgia.

Habrá quienes, en medio del compromiso a sentirse alegres, sientan rabia o infortunio y quisieran evadirse de la celebración. Se dice que estas festividades, al mismo tiempo que movilizan emociones gratas, también precipitan emociones contradictorias. Que conllevan una expectativa y una realidad; de tal manera que si coinciden ambas, el positivismo se adueña del individuo, de lo contrario lo hará el desengaño. Por ejemplo, si una persona espera reunirse con otra y la reunión no ocurre, o no se concreta el ansiado regalo. La frustración originada por experiencias desagradables, conflictivas o dolorosas se alojará en los recuerdos inconscientes del año venidero. Y claro, llegado el evento, algunos disimulan, otros no y se declaran antifestivos y lo expresan inconscientemente.

En una sociedad con distintos caracteres, creencias y filosofías que marcan a las personas, no es extraño que la Navidad entusiasme, apasione y ahuyente por igual. La depresión puede invadirnos, por el recuerdo de los que ya no están con nosotros. O por lo que ocurre en el país y el mundo. Las noticias nos transmiten el dolor de los miles de desempleados, de las víctimas de los terremotos y guerras, de los desalojados de las tierras en donde nacieron y crecieron, de los sin hogar, de los refugiados en países donde los rechazan. Los noticiarios nos cuentan de los gobernantes déspotas, de los atracadores de los fondos públicos y la sospecha de quienes están detrás, de los autores… de las medidas gubernamentales que destruyen las economías de los países e incrementan pobreza y subdesarrollo.

A pesar de todo ello, tenemos la obligación de ser felices en la Navidad, con poco o en carestía. Así inculcaron a muchos los abuelos y a estos los suyos, con su experiencia de la vida. En las ideas de la psicóloga Ana María Bastida de Miguel se confirma lo anterior. Para ella –con las incontables emociones que podemos compartir y generar en la Navidad–, se nos presenta un propicio momento para plantearnos un cambio de ritmo y de rumbo en nuestras vidas. La festividad nos ofrece el más adecuado de los puntos de partida, para buscar lo positivo en todo aquello que nos rodea y en nosotros mismos, con la confianza de que lo lograremos a base del esfuerzo propio, energía, optimismo, ilusión y perseverancia.

¿Y por qué no multiplicamos la alegría, intentando la receta navideña del papa Francisco? La explicó a la juventud esta semana: “Esta alegría contagiosa se comparte con todos, pero en modo especial –y esta es la tarea– con los abuelos. Hablen seguido con sus abuelos, también ellos tienen esta alegría contagiosa”.

Es difícil la actual vivencia de los ecuatorianos, pero peor la que se soporta en otras regiones y latitudes; en Siria, por ejemplo. Es que otras personas no tendrán la oportunidad de compartir. Nosotros podemos descubrir en el presente la felicidad de vivirlo. Felices fiestas. (O)