Este es el título en español de uno de los más célebres ensayos de Sigmund Freud, psicoanalista austriaco, publicado en 1930, que plantea que la sociedad occidental del siglo XX se debatió entre la seguridad que la evolución de la civilización le otorgaba a nivel de instituciones de convivencia cada vez más sofisticadas; y, la represión de pulsiones básicas de placer relacionadas con la idea griega del impulso vital de la siempre dinámica naturaleza. Así, el desarrollo y el progreso racional de las sociedades humanas significaría también y simultáneamente el deterioro de una condición humana basada en elementos espirituales, emocionales y de disfrute, que son los únicos capaces de equilibrar una civilización fundamentada en logros racionales como los de la ciencia y la tecnología. Avanzamos, pero en ese camino, perdemos esencias básicas de nuestra condición humana más profunda.

El pensamiento de Freud fue determinante en el desarrollo y avance de las ciencias sociales del siglo anterior. Su aporte en el entendimiento de los elementos subjetivos de la condición humana es un referente ineludible y es evidente su incidencia en el constructo social contemporáneo. Muchos de los pensadores posteriores al eminente psicoanalista se denominan y son reconocidos como neofreudianos, significando así que sus trabajos parten de la base propuesta por él. De ahí la relación que tuvieron con esa contribución teórica escuelas de pensamiento como la de Frankfurt y movimientos importantes como el europeo de liberación sexual o la revolución estudiantil de 1968. Se reivindicaba el ejercicio de las pulsiones básicas y se luchaba contra el statu quo que las controlaba y prohibía en aras del orden y el progreso.

Por otro lado, en 1948, el autor inglés George Orwell escribe su novela 1984, que describe una civilización tiranizada por la figura del gran hermano omnipresente que todo lo ve y controla, irrumpiendo en la privacidad y coartando la libertad de los ciudadanos de esa sociedad ficticia. Se trata de una poderosa denuncia del autoritarismo y de las dictaduras. La inspiración de Orwell se encuentra en las acciones de los tiranos de esa época, Stalin y Hitler. Había temor por el control y la deshumanización y, como antídoto, se proponía la defensa de la dignidad humana encarnada en el ejercicio de la amplia libertad.

Me parece que el malestar en la civilización actual ya no se presenta bajo el aspecto de la represión del placer, sino más bien en las posibilidades de que el vaticinio apocalíptico de Orwell tenga posibilidades de convertirse en una sórdida realidad con la complaciente anuencia de los propios individuos a quienes poco les importa su libertad si el disfrute está asegurado por la adhesión al sistema, el cual ni siquiera es considerado como objeto de contestación, en una actitud de abandono y entrega que inhibe la propia posibilidad real de reivindicación de los derechos consagrados por las grandes declaraciones humanistas. Así, se acepta pasivamente la mentira forjada con fines de control y ejercicio del poder. La corrupción parece normal o se la elude por comodidad personal. El despotismo gana elecciones y la política, de manera desembozada, muestra su lado más oscuro.

(O)