Hillary Clinton no logró escribir un nuevo capítulo en la historia de Estados Unidos como su primera mujer presidenta. Los estadounidenses escogieron nuevamente un hombre –Donald Trump–, a quien sus detractores acusaron de no estar preparado para conducir ese país, además de populista, xenófobo y antisistema.

La impopularidad pesó más sobre la señora Clinton, incluso dentro de su propio partido; identificada con el caduco entramado político. Recordemos que una corriente del partido Demócrata confiaba más en el triunfo de Bernie Sanders, cuya candidatura ella habría boicoteado. Tal vez entre los demócratas y simpatizantes no se atendió seriamente una encuesta (cadena Fox, junio 2016) en la que el 66% consideraba a Hillary como persona deshonesta y poco fiable.

El candidato Trump tampoco fue tomado en serio (entre demócratas y republicanos) cuando anunció su postulación antes de las primarias, ni en la campaña presidencial. Se mostró tal cual y a pesar de él, hizo conexión con un país real, lo que las dirigencias políticas de su propio partido no pudieron. Trump utilizó insistentemente en su discurso, y con éxito, la percepción de la encuesta en contra de su rival. Interpretó y canalizó a su favor la ansiedad sobre el presente y el miedo sobre el futuro, principalmente de la población rural (red necks). Les habló del dolor que sentían por trabajar muy duro y haber sido olvidados. Contrario a lo que se piensa, el miedo también moviliza.

Hoy para muchos, la pesadilla finalmente se volvió realidad. Ahí está un presidente electo, frente al asombro de los simpatizantes de Hillary. Se confirmó la predicción del cineasta Michael Moore, del gurú de las finanzas Jeffrey Gundlach, del historiador Allan Lichtman, de la American University –que ha pronosticando correctamente el resultado de las elecciones presidenciales americanas de los últimos 32 años–, de John Paulson y hasta de los Simpson. Incluso la propia Hillary aceptó que Trump es su presidente y de todos sus compatriotas, al que hay que darle la oportunidad de liderar. Es lo que también corresponde aceptar al resto del mundo.

En las primeras reacciones de la gente hay intranquilidad e incertidumbre (incluso protestas en varias ciudades), pero podría decirse que la mitad del país prefirió darle la oportunidad a un desconocido en política, pues quería el cambio del modelo Obama que Hillary continuaría, además de que esta incluía en su agenda objetivos que chocaban con aspectos éticos sensibles para las comunidades contrarias al aborto y otras como las rurales, que aún creen en la tradicional familia patriarcal como núcleo de la seguridad y referencia de la normalidad. Sin dejar de lado el 28% del voto hispano que sorprendentemente apoyó a Trump.

Los resultados, indudablemente, son un reflejo de los votantes y tendrán un profundo impacto en la unidad del país. Pero así como en el 2008 cuando un Obama triunfador se ufanó del poder de la democracia de Estados Unidos y de que en ese país todo es posible –por ello su triunfo como primer afro–, es de esperar que esa gran nación, gracias a la fortaleza de sus instituciones y la vocación de autocorrección democrática de sus ciudadanos, encuentre la mejor senda para la reconciliación y el progreso. Seguiremos comentando la elección de Trump.

(O)