Lo acontecido el pasado martes en Estados Unidos abre en mí un profundo pesimismo sobre el futuro. El país más poderoso del planeta escogió como líder a un personaje que ve en el poder un salvoconducto para satisfacer sus caprichos personales. Se trata de un individuo incapaz de apreciar como iguales a mujeres y a individuos de diferente etnia. Donald Trump subirá a la Presidencia, a pesar de haber hecho comentarios tan narcisistas como –por ejemplo– aquella afirmación de que él podría salir a la calle y matar a un individuo, y aun así ganar las elecciones. Está de más citar sus comentarios machistas, sus intenciones de regular el ejercicio del islam en territorio norteamericano, o recordar el apoyo que recibió su campaña por parte del Ku Klux Klan, la organización emblemática de los movimientos de supremacía blanca. Trump es el reflejo de una superpotencia cansada, indiferente ante las consecuencias de abandonar los principios humanistas, sobre las cuales alguna vez se fundó.

Espero estar equivocado, pero parece ser que la presidencia de Trump significará un retroceso, en muchos aspectos. En el ámbito de derechos civiles, lo ganado por las comunidades afroamericanas, latinas y las minorías de género durante los años sesenta y setenta puede verse afectado. En lo regional, la presencia de Trump será excusa suficiente para que resurjan los gobiernos de izquierda en Latinoamérica; con el respectivo riesgo de ver nuevamente líderes de tinte populista, que estén más preocupados por su perpetuación política que por el bienestar de sus gobernados.

Y la incertidumbre aumenta si recordamos las declaraciones del nuevo presidente electo estadounidense. En algún momento, Trump habló de la posibilidad de no proteger a Japón y a Corea del Sur debajo del escudo nuclear americano, lo cual empujaría a dichas naciones al desarrollo de una nueva carrera armamentista en el norte asiático. Cosa semejante ocurre con los países de la OTAN.

En definitiva, existen pocos indicios de que los Estados Unidos y el planeta Tierra se conviertan en un próspero casino mundial, como deben haber imaginado ingenuamente sus seguidores. Y si lo relacionado con Trump no es suficiente para inspirar pesimismos, recordemos la ultraderecha que se cuece a fuego lento en Francia, donde Marine Le Pen puede convertirse en la próxima presidenta de Francia.

Estamos rodeados por una serie de fracasos institucionales, que manifiestan un distanciamiento de las generaciones presentes con los principios humanistas establecidos al final de la Segunda Guerra Mundial. Una Unión Europea que se desarma, una Colombia que no está dispuesta a hacer sacrificios para obtener la paz, y unos Estados Unidos que escogen como presidente al total opuesto a los principios declarados en su acta de independencia, son hitos temporales que demuestran los nuevos tiempos oscuros que se avecinan.

Ciertamente, no debemos perder la esperanza de poder ver tiempos mejores. Habrá que convertir ese mal sabor de boca en un incentivo para mejorarnos como sociedad, evitando que los principios de libertad, igualdad fraternidad se borren en la noche de esta nueva Edad Media. (O)