La situación jurídica de la mujer ha cambiado sin duda en el último siglo y medio. De no poder votar, han pasado a convertirse en actoras fundamentales de la política a nivel mundial. De no poder estudiar una carrera universitaria, han pasado a ocupar varios de los cargos más importantes del segmento académico. De haber sido relegada al rol de madre y esposa, una especie de asistente doméstica sin sueldo, ha pasado a ocupar funciones dirigenciales en el ámbito profesional. En fin, su rol sociopolítico se ha redefinido sustancialmente, gracias a sus propias luchas y reivindicaciones, pues no han sido regalo de nadie; sin embargo, de lo cual no podemos dejar de preguntarnos si es esto suficiente o si como sociedad mantenemos una deuda enorme todavía en materia de género. Para esto tenemos que dotar a la discusión de un baño de verdad y realidad. La “libertad e igualdad” hipotéticas, sobre la que los ilustrados construyeron el estado de derecho entre los siglos XVII y XVIII, se evidenciaron como discursos falaces, debajo de los cuales se escondían inequidades y segmentos de segregación inaceptables.

Todos los hombres somos iguales ante la ley, decían las jóvenes constituciones de Estados Unidos o Francia bajo las ideas de Franklin, Rousseau, Voltaire o Montesquieau, lo que no nos dijeron es que bajo el concepto de “hombre” o “ciudadano”, no se incluía a las mujeres y a los segmentos económicamente más deprimidos de la sociedad de su tiempo. Más de cien años después de esas declaraciones tan sublimes, la mujer no tenía todavía derecho a elegir y peor aún a ser elegida. En Latinoamérica, el rol de mujer-esposa-madre se naturalizó de tal manera que aún hoy hay quien cree que su desarrollo profesional o académico debe subordinarse a esta estructura de vagina-cocina-niñera. El problema no es aislado, ni excepcional. Como profesor de grado y posgrado puedo decir que mientras en la carrera las clases están compuestas por un 60% de mujeres, en maestrías y doctorados, no llegan al 30%. La mujer en edad fértil y con título profesional normalmente debe relegar su posibilidad de crecimiento académico en favor de la formación de su compañero o simplemente de la manutención y crianza de sus hijos.

¿Hay mujeres que ganan más dinero que los padres de sus hijos? Por supuesto, pero son casos claramente minoritarios. De acuerdo con un estudio del Foro Económico Mundial, se calcula en 170 años el tiempo que tomará llegar a una igualdad salarial, es decir que la mujer reciba la misma remuneración que el hombre, por el mismo trabajo, así como que sus labores profesionales tengan la misma valoración que las de su contraparte masculino. ¿Cuánto demorará en llegar la igualdad académica? ¿Es decir que la mujer pueda acceder en las mismas condiciones que el hombre a los títulos de grado y posgrado? Eso dependerá no solo de aspectos económicos, sino de otros de carácter jurídico social. La corresponsabilidad parental a la que hace referencia la Constitución en su artículo 69 se constituye en un imperativo. Esta debe ser entendida no solo como el derecho de los padres de intervenir activamente en la crianza de los hijos, sino como el derecho de la madre de no cargar con todo ese peso.

¿Cómo puede la madre soltera o separada establecer un proyecto integral de vida, en el que pueda desarrollar un entorno académico, profesional e incluso sentimental y sexual adecuado, si todos los fines de semana tiene que programar su agenda, a base del cuidado de los hijos? ¿Cómo puede desarrollar una nueva relación afectiva, si el padre de sus hijos no colabora con tiempo y dinero en la crianza? Jurídicamente se compromete desde el 54% hasta el 45,2% de los ingresos del varón para sus hijos, suma que se divide entre todos y cada uno de sus vástagos por partes iguales. ¿Cuánto del ingreso que recibe la mujer, que como señala el Foro Económico Mundial, es estructuralmente menor que el del hombre, se compromete en la crianza de los hijos? Prácticamente el 100%. Ella no puede decirles a los chicos, hoy no se come porque el papito se atrasó en la cuota. Ella tendrá que ver cómo hace para pagar colegiatura y gastos escolares.

¿No nos gusta que nos digan irresponsables? Ok, somos superresponsables entonces. Responsables de justificar esquemas de violencia y discrimen. Responsables de maquillar bajo igualdades inexistentes realidades lacerantes. Y somos todos, incluso quienes no tenemos juicios por alimentos o reclamos por retrasos o pensiones vencidas, los que decimos “yo no soy machista pero…” o “no todos los hombres somos iguales”. Los que todavía consideramos que debe considerarse como “alimentos”, lo que debería llamarse “manutención digna y proyecto de vida”. Los que todavía nos retorcemos al imaginar que nuestra expareja está con su nuevo compañero, mientras sacamos al parque a los niños una vez por semana. Todos. (O)