Cuando tenía 21 años invité a cenar a mi papá para contarle que iba a viajar de mochilera por Sudamérica. Él estaba tan contento por la invitación que no se dio cuenta sino hasta el final de la velada que aquello era una dulce trampa. Es que al inicio le conté que había leído una biografía del Che (que mi papá admiraba) y quería viajar por Latinoamérica porque su diversidad era una riqueza demasiado bella y tentadora como para no abrazarla.

Mi papá aún contento por el rumbo de la charla me preguntó con quién viajaría si acaso “me daba permiso”. Con unas amigas de la U. le contesté, mientras enumeraba a las cinco que consideraban la idea. ¡¿Solas?! Me dijo con sus ojos verdes más grandes y asustados que de costumbre. A lo que yo le contesté: Somos cinco, ¿te parece que estamos solas?... Con evidente miedo me replicó que sí. Agregué que mi enamorado también vendría a lo cual el pobre aceptó no tanto porque su miedo protector tenía mucho de machista, sino porque prefería la evidencia de mi libertad sexual al terror del viaje sin hombre que me proteja.

Luego de más de tres décadas de la anécdota, poco ha cambiado cuando encuentro tristísima la cantidad de comentarios machistas, cuando no misóginos que políticos de todo el espectro ideológico y electoral han esparcido sin rubor en medios de comunicación y redes sociales. La misoginia, por supuesto, no es solo nacional, para muestra las barbaridades que Trump dice. En esto poco depende el nivel educativo, cuando varios Ph.D. han dicho brutalidades dignas de cavernarios. Para remate, los peores ejemplos lo han dado quienes más ruido hacen y con ello multiplican su pedagogía de maltrato y violencia con frases tipo “yo soy quien más ha hecho por las mujeres” o “las respeto pero…” frases demagógicas que perpetúan actitudes machistas de quienes niegan serlo.

Esta semana se publicó el informe de la brecha de género del Foro Económico Mundial. Estamos muy mal. Si seguimos así, en 170 años habrá igualdad de derechos entre hombres y mujeres. En el mismo reporte se muestra a Islandia como el país cuya brecha de género es la más pequeña y que sigue bajando por 11 años consecutivos. En 1980, Vigdis Finnbogadottin fue atacada por un contrincante político diciéndole que una mujer no podía dirigir el país y menos una mitad de mujer, haciendo alusión al seno extirpado por un cáncer. Ella le contestó que no daría de amamantar a Islandia, sino que la lideraría, como en efecto hizo por 16 años siendo la primera mujer electa a presidir un Estado democrático en el mundo.

Es hora de que los candidatos acepten sus limitaciones, haciéndolo podrían educar a un país injusto e inequitativo con sus mujeres. Debemos preguntar a cada político si va a permitir que las mujeres sigan sin el derecho humano a atención médica para sus abortos, si van a mantener las condiciones que perpetúan la alta mortalidad materna, las tasas inverosímiles de embarazo adolescente, violencia y maltrato a mujeres y niños, la desnutrición infantil y pobreza que afecta más a mujeres. Espero oír a estadistas superar sus taras personales para con valentía dejar para sus fueros internos sus religiones y mostrar que son capaces de superar prejuicios para cumplir con los derechos humanos y buscar equidad, desde las palabras hasta las políticas públicas. (O)