La prensa nacional dio amplia cobertura a la última visita del expresidente uruguayo José Mujica, líder político internacional de indiscutible valía, aprovechando como en otras ocasiones, para dictar cátedra de comportamiento democrático, sin inmutarse ante el fruncido ceño de inconformidad de sus oficialistas anfitriones, fundamentado sus dichos en el respeto a la opinión ajena, por diferente que sea a la suya, ejemplo de tolerancia, diálogo y consenso, sin renunciar a su ideología, practicada en su gobierno de realizaciones, al duplicar el ingreso per capita de una nación, típicamente agroexportadora, no petrolera. Donde ejecutó con vigor su pensamiento socialista democrático fue en lo agrícola, sembrando principios elevados a políticas de Estado, que su sucesor ha continuado. No es un técnico, pero ejerció con lucimiento el cargo de ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, para luego asumir la Presidencia en el periodo 2010-2015. En el discurso de posesión, en pocas palabras, Mujica bosquejó lo que luego sería el accionar de su gobierno en el campo, al manifestar: “Queremos que la tierra nos dé uno, y a ese uno agregarle diez de trabajo inteligente. Para al final tener un valor once, verdadero, competitivo, exportable”; significan esas sabias expresiones que sumando investigación, tecnología, manejo genético, es posible cultivar la tierra sin agraviarla, obteniendo de ella productos de alta productividad y garantizada calidad, con valor agregado, seguridad, inocuidad y reparto equitativo de beneficios.

Defendió con fervor el concepto de que no solo se agrega valor a las cosechas con complejas transformaciones industriales, no siempre demandadas por los mercados, sino diferenciándolas con aportes tecnológicos, respetando las regulaciones ambientales, fitosanitarias y sociales, virtudes que seducen a los mercados a cambio de mejores precios. Su apoyo frontal a la agroindustria fue evidente y, al término de su mandato, Uruguay quedó cómodamente posicionado en los primeros lugares en la exportación de carne, arroz, soya y otras oleaginosas, ratificando que es viable para un país eminentemente agrario, el segundo más pequeño del continente, proyectar con éxito su futuro, gracias al impulso del agro.

Se promulgó en Ecuador la Ley de Tierras, cuya ejecución aún no comienza, ni siquiera existe el reglamento que ya debió dictarse, ni tampoco se conoce el registro de los predios que estarían sujetos a intervención estatal, creando incertidumbre que ahuyenta inversiones, peor se evidencian los anunciados planes de recuperación y conservación de suelos, requisito básico para promover rendimientos sustentables en los cultivos, riqueza, empleo y bienestar para toda la población. He allí una de las diferencias fundamentales con Uruguay, donde el manejo adecuado de la tierra y el uso eficiente del agua provocaron el cambio, en apenas un lustro, aquí llevamos nueve años y no despega.

Las posibilidades ecuatorianas para dar el gran salto al desarrollo equitativo son superiores a las uruguayas, se dispone de una buena red de carreteras, energía hidroeléctrica, puertos operativos, obras de control de inundaciones, diversidad tropical y templada, pero se carece de conciencia agropecuaria orientada a la exportación, hacia un mundo que demandará 70% más de alimentos para 9.500 millones de habitantes, en el 2050, claro desafío para los futuros gobernantes, cuyos planteamientos se esperan con optimismo. (O)