José Luis Sampietro Saquicela

Un objetivo primordial, sobre el que se apuntala el desarrollo urbano sostenible, es la mejora paulatina de la calidad de vida, a nivel global; no obstante, para lograr dicha meta es necesario abordar acciones en determinados espacios geográficos previamente identificados en un principio, y posteriormente extenderlas a un espacio de mayor dimensión.

Indudablemente, argumentar y contribuir, en temas de eficiencia energética, resulta en favorecer de manera directa a reforzar dicho objetivo. Sin embargo, la realidad socioeconómica actual a nivel mundial provoca que la planificación planteada en indicadores de proyectos y planes de desarrollo integral para esta área se cumpla parcialmente y, por ende, que la teoría difiera de la práctica.

En países bajo condiciones de subdesarrollo, las metas planteadas básicamente se delimitan a dos cuestiones básicas, siendo la primera el mejoramiento de estándares medioambientales, para combatir la polución, los niveles de monóxido de carbono y demás gases contaminantes y, la segunda, al acceso a servicios básicos de energía en la sociedad.

Entonces, y bajo esta óptica, el uso racional de la energía dentro de la vivienda plantea un debate urgente, sobre todo en momentos en el que un determinado porcentaje de la población, sobre todo rural, es  incapaz de satisfacer sus necesidades básicas  de consumo energético, mientras que si pueden satisfacerlas lo hacen bajo importes económicos elevados.

El Estado es el encargado de plantear políticas que estimulen el mejoramiento de los índices de eficiencia energética, no solo con proyectos macro, como la construcción de plantas industriales que generen energía limpia, como el caso de las hidroeléctricas, sino con proyectos que fortalezcan la optimización energética a nivel estructural de las viviendas.

Si bien es cierto que la inversión en megaproyectos de energía renovable tiene la repercusión medioambiental exhortada en los planes de desarrollo mundial y local, se debe también considerar en los planes estratégicos energéticos de los gobiernos el uso de técnicas bioclimáticas que en función de su emplazamiento, y algunas características climáticas de la zona, minimicen de manera eficiente el impacto ambiental sobre el entorno y, a la vez, permitan un alivio económico a sus usuarios.

Algunas de estas técnicas mencionadas son, por ejemplo, el uso o implementación de la tecnología fotovoltaica para proyectos de desarrollo comunitario, debido a que presenta ventajas como la alta eficiencia, simplicidad en el mantenimiento y vida útil prolongada. Algunos de sus usos básicos son la iluminación exterior, sistemas de refrigeración y calentadores de agua.

Otro aspecto relevante son los modelos arquitectónicos, los que deben aprovechar la geometría del diseño y la orientación de los componentes de la vivienda, para lograr una mayor cantidad de intercambio térmico, a fin de disminuir el uso de sistemas acondicionadores de aire, además de usar materiales como pinturas que mejoren los niveles de salubridad, evitando lo proliferación de bacterias, humedad, entre otros aspectos.

De dicha manera mejoran indirectamente aspectos como la seguridad, salud, entre otros. El uso de estas técnicas en la construcción e implementación de viviendas comunitarias logrará contribuir a mejorar la calidad de vida, la economía del habitante, y del Estado, al autosustentar el uso de recursos energéticos y optimizarlos.

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