El Gobierno ecuatoriano debe ser reconocido como el más bravo de todo el hemisferio. Bravo no se entienda como valiente o excelente, sino como fiero o de genio áspero. Y digo el Gobierno, porque el pueblo ecuatoriano es afable y amistoso, lo que paradójicamente no le ha impedido con frecuencia buscarse líderes feroces y enfadados. Sucede que el régimen que manda en esta nación benigna, se pone iracundo cuando los parlamentos de otros países destituyen, de acuerdo a sus propias constituciones que sí respetan, a jefes de Estado que han violado las leyes. Así pasó cuando el presidente de Honduras Manuel Zelaya fue destituido por el congreso de su país por violaciones de la Constitución, entre las cuales convocar a un plebiscito expresamente prohibido por esa ley fundamental, para dar paso a una reforma que permita la reelección del presidente. Tan curiosamente ilegal era el referéndum de Zelaya que las papeletas, y aun las urnas, fueron obsequiadas por Hugo Chávez, el fallecido dictador venezolano quien, según jura su sucesor, ha reencarnado en pajarito. Tras su destitución perfectamente constitucional, mandos militares deportaron al depuesto mandatario en pijama, en un acto sin sustento jurídico, pero que no vició la legítima remoción. Entonces desde los palacios de Carondelet y Najas se resolvió no reconocer al nuevo presidente y así estuvimos sin relaciones como cinco años, enfurruñados, acompañados solo por regímenes poco calificados como los de Cuba y Venezuela. Al final tuvimos que volver a mandar embajador sin que en Honduras nuestra cólera haya conseguido mover ni una pepita de naranja.

Luego otro amigo de Quito, es decir del gobierno que en tal ciudad su sede ha, el fecundísimo obispo Fernando Lugo, fue destituido como presidente del Paraguay por una abrumadora mayoría del congreso de su país. El apego a las leyes fue absoluto. Otra vez el régimen ecuatoriano, acompañado solo de los albinos, se quedó “por amor a la democracia” sin embajador por varios meses, ausencia que no conmovió a los paraguayos, que se ve que no aprecian estos gestos de internacionalismo socialista.

Y vamos a repetir el mismo patrón en el caso de Brasil. Michel Temer fue proclamado presidente por una amplia mayoría de la legislatura, que antes había destituido a Dilma Rousseff. Estas decisiones pueden no gustarnos, pero nadie ha probado que no se cumplieron todas las formalidades legales para validarlas. También el nuevo mandatario es una persona con cuestionamientos, pero mientras no sea juzgado, su mando ha de considerarse legítimo conforme a los usos jurídicos que imperan en el continente. Ecuador ya había retirado al embajador y ahora se llamó hasta al encargado de negocios, con esto el jefe del Estado brasileño debe sentirse en la más absoluta orfandad diplomática y hasta quizá esté pensando en renunciar... ¿Ustedes creen? Lo que sin duda sucederá es que tras unos meses de enojo y algunos actos simbólicos de encrespada indignación, se tendrá que normalizar las relaciones, sin que la posición de la Revolución Ciudadana le haya quitado treinta segundos de sueño a nadie en Brasilia. (O)