Amada bailarina, me preguntaste si he leído el Martín Fierro. Te respondí con la copia de un artículo publicado en esta columna, en el que decía que ese libro es una exaltación de valores primitivos, con un personaje machista, racista y xenófobo, para el que las ideas de orden, previsión y trabajo son despreciables. Fierro es un ladrón que asesina a varias personas por motivos baladíes y, sin embargo, vive convencido de que es malo porque la sociedad lo obligó.

Me respondiste que no se deben hacer lecturas tan ideológicas de las manifestaciones artísticas, porque nos hacen olvidar lo bello que ellas pueden aportar. Ponías como ejemplo el tango, género en el que muchas piezas describen, aceptan y hasta elogian fenómenos como el machismo, los celos, la prostitución y la violencia de género. Nos acordamos de Piazzola, él logró trascender los malos aspectos de la tradición con una recreación sublime... Entonces el problema no está en el compás ni en la melodía, está en que la mayoría de las personas que escuchan esas canciones cargadas de sentimientos primarios, hacen justamente una “lectura ideológica” de ellas que les refuerza sus antivalores. Y lo mismo se puede decir de buena parte del bolero, de la llamada música rockolera y otros géneros musicales que asuelan este continente... igual nadie puede cuestionar su ritmo y cadencia, pero sí la carga que tienen sus letras. Les doy tanta importancia porque es lo que le interesa a la gente que las escucha. Son loas a pasiones rudimentarias, lloronas y perdedoras, Discutí estas ideas con una amiga y me preguntó si no encontraba lo mismo en el pasillo ecuatoriano. ¡De ninguna manera! Sus letras, muchas escritas por notables poetas, son sentimentales y melancólicas, pero no infectadas por esa ética de rufianes y por esa estética de lupanar que abunda en los géneros antes señalados.

Platón hace decir a Sócrates que en su república ideal deben proscribirse determinados instrumentos, armonías y ritmos, para que “no crezcan nuestros guardianes rodeados de imágenes del vicio... con lo cual introducirían, sin darse plena cuenta de ello, una enorme fuente de corrupción en sus almas”. La República, de Platón, es un libro terrible porque es una utopía, las utopías son terribles, porque sobre ellas se han asentado los totalitarismos y otros penosos experimentos sociales, que han causado centenares de millones de muertes. Jamás se debe prohibir una canción, libro o imagen porque Platón o un simple ciudadano como uno, creamos que contribuyen a envilecer a la sociedad. Sin embargo, el filosofo griego lleva razón al decir que las ideas introducidas con música arraigan en el alma con enorme fuerza. Por eso no es cosa sin importancia el discurso contenido en las letras, una muestra de ello son las canciones “de protesta”, de hace cincuenta años, cuyos estribillos son recitados como máximas filosóficas y programáticas, por legisladores, funcionarios y hasta presidentes de los gobiernos socialistas de América Latina. ¿Qué se puede hacer al respecto? Muy poco, aparte de advertir sobre el potencial peligro, mejor no hacer nada, los antibióticos son, de por sí, venenos. (O)