Algunas personas opinan que es positivo que Donald Trump haga sus declaraciones explosivas ahora, cuando solo es candidato, porque consideran que así se reducen las probabilidades de que llegue al salón oval. Suponen que sus potenciales votantes se decepcionarán o incluso se asustarán al escuchar tantas barbaridades. Es una visión optimista que, desafortunadamente, no es posible compartirla porque se basa en una percepción equivocada del actual votante norteamericano. Los estudios hechos a lo largo de la campaña demuestran que la mayoría de quienes están dispuestos a votar por él fortalecen su decisión con cada una de las estupideces que suelta a diario. Más grave aún es que han llegado a comprobar que estas le sirven para ganar adeptos. La conclusión a la que llegan es que existe una alta proporción de población que quiere oír precisamente eso, sin reparar en el peligro que entrañan.

La semana pasada hizo una declaración que anuncia los riesgos a los que podrían enfrentarse su país y el mundo entero en caso de que alcanzara la presidencia. Pensando exclusivamente en ganar votos, alentó a Rusia a piratear los correos de su rival, la demócrata Hillary Clinton. Que después haya rectificado, solamente constituye una confirmación de su escasa preparación para el puesto al que aspira y, sobre todo, del peligro que sería tenerlo a la cabeza de la mayor potencia mundial. Demostró ser un individuo que no tiene la menor idea de los criterios básicos de seguridad, que han sido uno de los valores ardorosamente defendidos tanto por demócratas como por republicanos. Si con anteriores declaraciones había dado muestras de su inmensa ignorancia acerca del panorama mundial, con esta logró que no quedara una sola duda al respecto.

Los estudios mencionados indagan también en las razones que pueden llevar a que una alta proporción del electorado norteamericano se incline por un personaje de este tipo. Básicamente, la respuesta se encuentra en un conjunto de aspectos económicos y sociales, que han llevado a una situación caracterizada por el cierre de los canales de integración y ascenso social. Estados Unidos ha perdido en gran medida el dinamismo en el que se basó la utopía del sueño norteamericano. No hay condiciones en este momento para que alguien crea que es posible repetir la historia –verdadera o falsa, eso no importa– del millonario que comenzó vendiendo manzanas en una esquina cualquiera. El sentimiento (el mood) que invade a muchos sectores es la desconfianza. Una desconfianza generalizada, que se expresa tanto en la economía como en la política y que lleva a buscar las soluciones más insólitas, como la de encontrar amparo en un personaje que tiene más de payaso que de excéntrico multimillonario.

En América Latina y particularmente en Ecuador conocemos bastante bien ese fenómeno, porque lo hemos vivido en muchas ocasiones. Años e incluso décadas nos ha costado deshacernos de esos héroes salvadores, generalmente para volver a caer en lo mismo. Pero, nuestros problemas resultarían minúsculos si el pueblo norteamericano terminara cayendo en la trampa de Trump. El mundo peligraría. (O)