Visitar Ambato, vital y entrañable, siempre es un regalo para mi espíritu. A esta, la ciudad me ha traído en esta ocasión un motivo festejable, mi hermano Juan inaugura su primera exposición individual de pintura en el Museo Provincial del Tungurahua, la llamada Casa del Portal. Lo felicito y le reclamo por habernos hecho esperar tantos años. No es este el lugar para exaltar la obra de un artista y menos la de un pariente cercano. Además creo que el arte debe defenderse solo, la plástica, la música o la danza que requieran de un texto, que viene a ser literalmente un pre-texto, para ser gustada, más bien deben quedarse en eso, en una idea pergeñada en pocas palabras. Eso es lo que hace el tristemente célebre “arte conceptual”, que pretende que el objeto artístico valga por la expresión o la sugerencia de una idea, de un concepto, sin que interesen los valores estéticos de la obra. Y esta superchería se ha impuesto en muchos ambientes, salvo en la opinión de la mayoría, que se des-entiende de estas tendencias no entendibles.

Factores económicos y políticos han engordado este monstruo, por una parte, el paternalismo estatal, que financia muchos bodrios que de otra manera no se podrían fabricar; y por otra, la hipertrofia del sector financiero, que ha encontrado en el arte un nuevo rubro de inversiones. Ya no interesa tener una obra por sus valores estéticos, sino por sus posibilidades de generar plusvalía, los marchantes ahora tienen más de asesores de finanzas, que de promotores de arte. El contubernio con curadores dispuestos a avalar basura, lo que en muchos casos es así exactamente, ha convertido a la plástica en el mejor negocio imaginable, en la época del peor arte imaginable. Por supuesto que hay artistas modernos y hasta vanguardistas, críticos, curadores y marchantes sapientes y honestos, que no se involucran en estos juegos, no sé si serán minoría, pero están a la defensiva ante la agresividad de los beneficiados por el perverso establecimiento cultural.

Se dice que el cuadro de caballete, ese cuadrángulo plano cubierto de colores, esencialmente portátil, es una creación de la burguesía, que al comenzar su época de esplendor estuvo en capacidad de adquirir obras de arte y quería de aquellas que se pueden llevar a casa, donde se la colgaba para deleite de propios y extraños. Hay bastante verdad en esta afirmación y, aunque no es toda la verdad, esto no es motivo para invalidar este tipo de arte, salvo que se siga comulgando con ruedas moscovitas del “materialismo histórico”. Una obra de arte es algo que debe producirnos el deseo de llevarla a casa o al parque del barrio, donde pueda cumplir con su cometido de suscitar emociones e ideas a través de su valor estético, sin necesidad de pre-textos. Si he llegado a las seis décadas de vida sabiendo qué pensar en política, en religión y muchos campos importantes de la vida, menos voy a necesitar intérpretes carnetizados para que me digan qué debe gustarme. ¡Qué haciendoff! (O)