El reciente paquetazo económico parece ser una de las últimas piedras del camino por el que el país camina a su colapso. Allí, escondidas entre las disposiciones que (para variar) aumentan más la carga tributaria para el pueblo, yacen algunas que, por un lado, abren la puerta a una mayor circulación del dinero electrónico concediéndole a las transacciones que se hagan mediante él una ventaja tributaria descomunal, y, por el otro, liberan al Banco Central de todas (sí, todas) las restricciones que existían en la ley para la emisión de ese dinero electrónico. Si a ello se añade esa suerte de obsesión que se ha exhibido desde el primer día contra el sistema de dolarización y los reiterados gimoteos porque bajo dicho sistema ya no es posible imprimir dinero propio, el resultado no es sino un debilitamiento económico mayor.

Ya no se trata únicamente de asfixiar al pueblo con el incremento de un impuesto que por naturaleza es regresivo, o de la exacción inconstitucional de sueldos. No ha sido suficiente tampoco haber prolongado la vigencia de las sobretasas arancelarias; o de haber dilatado por nueve años la firma de un convenio comercial con Europa; o la negativa rotunda a negociar un acuerdo comercial con los Estados Unidos. Tampoco parece que fue suficiente haber llevado al país a más de dos años consecutivos de recesión con el doloroso impacto en el desempleo; ni haberse gastado desaforadamente alrededor de 300 mil millones de dólares, sin ningún control que no sea el de sus deseos; ni haber endeudado al Ecuador por 40 mil millones de dólares en las peores condiciones imaginables; ni haber vendido anticipadamente buena parte de las futuras exportaciones petroleras en garantía de préstamos –otrora considerado casi como un crimen–. Tampoco habría sido suficiente haber elevado a tales niveles el riesgo país hasta que ya no exista prácticamente inversión extranjera directa; ni el haber absorbido los fondos de pensión de los maestros, y negado la contribución al fondo de jubilaciones. Ahora lo que se viene es una infusión de dinero electrónico sin ninguna restricción legal, con la secuela de que ello va a traer desconfianza y confusión monetaria, y espejismos de liquidez.

No importa si el próximo presidente viene importado desde las orillas del lago de Ginebra, donde se vive plácidamente, o si viene de las filas de la oposición. Eso es irrelevante para nuestro augusto criollo. Lo que a él le importa es solamente él y su pedestal en el panteón de sus sueños. Le importa culminar su dictadura con una burocracia bien alimentada, jueces sometidos, prensa amordazada, adversarios distraídos y empresarios domesticados; en fin, con una sociedad que parece como resignada a seguir nomás recibiendo puntapiés en el suelo, carente del liderazgo necesario para detener a tiempo su trágico destino.

El país será librado así a una suerte que no se merece, como guiado por un piloto automático. Su responsable saltará a tiempo en su paracaídas de fabricación belga para retornar dentro de muy poco disfrazado de redentor. (O)