Luego de nueve años de haber sido relegada al papel de simple espectadora –útil (y utilizada) a lo sumo para ir a votar bajo reglas amañadas y propaganda atosigante–, la sociedad civil ecuatoriana de pronto se encontró a sí misma jugando un rol protagónico. Es como si de nada hubieran servido las cansinas sabatinas, las interminables cadenas y el aceitado aparato publicitario oficial que por años se encargó de machacar el estribillo copiado del fascismo italiano de que el Estado lo es todo, que nada puede existir fuera del Estado, ni por encima de él. Al parecer, en tierra poco fértil cayeron las semillas de tanto odio de clase, tanta división ideológica, tantos rencores, tantos insultos, tanta persecución, tanta mofa, tanta arbitrariedad, tanta arrogancia. No se habían dado cuenta de que el Ecuador no se fundó en 2007 como infantilmente pretenden. No sabían que antes de ese año éramos una nación; con problemas sí, pero también con una historia, una historia de derrotas y triunfos, de aciertos y errores, de victorias y caídas. Ese Ecuador profundo fue el que despertó la semana pasada, y tendió su mano solidaria ante la desgracia de sus hermanos. Organizados bajo el liderazgo de los tan denostados gobiernos municipales, o por las pocas asociaciones que han logrado sobrevivir, o simplemente por iniciativa de jóvenes, empresarios o parientes, la ayuda llegó de forma espontánea, generosa y organizada.

La pregunta ahora es saber si con el pasar de las semanas esa sociedad que se despertó frente a tanta muerte y destrucción será capaz de cambiar ciertos patrones culturales que tanto daño le han causado, o si simplemente volverá a ser la misma de antes. Volveremos a ser el país de la apatía política, la corrupción, el facilismo, la superficialidad, el palanqueo, el machismo y la mediocridad; seguiremos siendo el país que prefiere escuchar a demagogos, antes que enfrentar verdades incómodas, y que se conforma con flotar como un corcho en marea, en vez de asumir el timón de su destino. El país de resignados ante hechos consumados, que no es ni chicha ni limonada, que no exige rendición de cuentas a sus mandatarios; que se contenta con dejar “que roben con tal de que hagan obras”, y que de paso las hacen mal.

Dice el evangelista que habiendo visitado al niño que había nacido en Belén, los magos de Oriente regresaron a su tierra “por otro camino” (Mt. 2.12). Y es que hay experiencias en la vida personal de cada uno, o en la historia de un pueblo que les impiden volver a ser los mismos de antes. Eso les pasó a los magos de Oriente, y eso les ha pasado a muchas personas, y sociedades: ante ciertos acontecimientos ya no pudieron ser los de antes.

Que los actuales gobernantes no hayan cambiado y madurado ante la tragedia del terremoto ya no sorprende, y quizás ni importa. Más importante es saber si los ecuatorianos estamos dispuestos a no regresar por el mismo camino que transitábamos antes del fatídico día. (O)