La espontánea presencia de la sociedad civil en la ayuda a los damnificados del terremoto del pasado sábado 16 de abril ratificó la permanente actitud solidaria y la generosidad de los ecuatorianos. En distintas ciudades del país y del mundo, los ciudadanos comunes se organizaron para dar ayuda casi de inmediato, gracias a las redes sociales.

Entender el drama y responder al pedido de socorro de los sobrevivientes y compadecernos por la pérdida de sus seres queridos en el desastre es y será nuestra realidad en los próximos días, pero al mismo tiempo, en medio de estos avatares, aceptar que el país no ha estado preparado para lo vivido y lo que viene.

Lo cierto es que Ecuador ha tenido una muy dura lección. La institucionalidad de la República tendrá que a partir de ahora tratar a los desastres naturales como eventos recurrentes y no como extraordinarios. Ello obligará a hacer provisiones. Sagradas y protegidas provisiones, con sanciones legales para actos de su malversación.

En la región Costa sabemos que el fenómeno de El Niño tiene recurrencia, pero desde la institucionalidad pública se prefiere confiar en la suerte y siempre debemos vivir dicho fenómeno con acciones de emergencia. Lo propio acontece frente a las erupciones del Tungurahua y del Cotopaxi. Y ello debe cambiar. No más.

Hoy estamos recibiendo una evidencia aplastante de la necesitad de una administración pública que contemple la previsión de los eventos cíclicos, tanto de los que se dan en la economía como en la naturaleza. Esto, porque la historia siempre se repite, más aún en largos períodos de gobierno como el actual.

La presencia y voz de la sociedad civil es necesaria en todo proceso social. Ella es la depositaria del conocimiento histórico para recordar errores del pasado y proponer soluciones en momentos de crisis. Funcionó y funciona en pueblos viejos que son pueblos sabios. Las sociedades jóvenes, como la nuestra, están en permanente proceso de aprendizaje y debemos seguir experiencias útiles como la de Chile que luego del terremoto (de magnitud 8,8) y tsunami del 2010, desarrolló y ejecutó un eficiente plan de reconstrucción de viviendas y sobre la base de un fondo para emergencias. Está destacado como ejemplar en un estudio de la Universidad de Berkeley de Estados Unidos, que resume importantes lecciones:

1. Los desastres crean expectativas y oportunidades. Para la reconstrucción se necesita liderazgo y cooperación (esencial) del gobierno nacional y local.

2. Flexibilidad para desarrollar programas dentro de estructuras existentes.

3. Considerar que la unidad nacional durará pocas semanas o meses y los desastres requieren un gran esfuerzo de gestión de la información y expectativas.

4. En el primer año, es posible arreglar la infraestructura básica. Pero la urbana puede tomar 10 a 20 años.

5. Durante la reconstrucción, se debe tratar de mantener a las familias en sus lugares de origen.

6. Equilibrar la ayuda estatal y la responsabilidad individual en los esfuerzos de recuperación. La asistencia posdesastre no crea derechos.

Así, podría aprovecharse la experiencia de Hogar de Cristo, fundación que construye campamentos emergentes con 11 casas, con comedor compartido y baterías sanitarias comunes, al costo de $27.000. A la par, un incentivo tributario a las empresas los haría realidad. (O)