¿Sabe el lector quién fue Giovanni di Pietro Bernardone? Si respondió que este es el verdadero nombre de san Francisco de Asís, lo felicito por sus conocimientos de hagiografía. Sucede que los santos tienen nombres de combate, ellos que justamente han combatido el buen combate. Estos apelativos nos suenan mejor que sus designaciones mundanas, por eso se me ocurre llamar como titula esta columna a Mario Vargas Llosa con motivo de su canonización ocurrida en vida cuando acababa de cumplir ochenta años. Una cena a la que asistieron políticos de primera fila e intelectuales, fue la ceremonia principal de su entronización en los altares. ¿Algún problema? Parece preferible cenar con Orhan Pamuk que tomar sopa de tortuga en el yate de Fidel Castro, como lo hacía Gabriel García Márquez. Por su parte, el otro boomer, Carlos Fuentes, era él mismo un jetseter que siempre disfrutó de encopetadas compañías. Generación predilecta de Fortuna, gozaron cada uno a su modo de los mimos de Tiqué. Bien por ellos, mejor formar parte del santoral en vida que ser un mártir, como lo fue ¡ay dolor! san José María de Andahuaylas.

Temprano Vargas Llosa tomó el partido de los buenos, cuando junto con Jean Paul Sartre y otras figuras de las artes y el pensamiento se opusieron a la persecución del castrismo contra el poeta Heriberto Padilla. Eso no le perdonaron. Hasta le echaron en cara haberse comprado una casa con el importe del premio Rómulo Gallegos, en lugar de donárselo para las bandolerías de Ernesto Guevara (¿quién dijo que iba a donar cierto dinero a los pobres y terminó comprándose una casa en Bélgica? ¿No fue el que llamó ¡“limitadito”! a Vargas Llosa?). José Donoso, el hagiógrafo más calificado del boom, dijo que el arequipeño era el más profesional y literato de ellos. Eso ha demostrado valer más que el genio, en el caso de que no lo tenga superlativo.

Pero ha sido un genio humano, demasiado humano. Ha tenido traspiés imperdonables en su hacer literario. ¿No le dan ganas de bajar a patadas de los altares a quien escribió Los cuadernos de don Rigoberto y El sueño del celta? Y en lo extraliterario también tuvo tropezones, su candidatura a la presidencia del Perú era esencialmente un despropósito. Menos mal que su derrota nos libró de ganar un pésimo mandatario y de perder un excelente escritor. Y luego está Isabel Preysler, que no lo consignamos como error, por supuesto, sino como muestra de su conmovedora humanidad. Ha cometido el peor pecado que un viejo puede cometer, ¡enamorarse! Si a eso no tienen derecho los que pasan de sesenta. El erotismo es un privilegio de la juventud. Y no venga a excusarse con las opiniones del doctor Antonio de Morga: “las mestizas, que en Filipinas son la más afortunada raza que haya visto, de piel que hace parecer tosca la más fina porcelana china, ojos brillantes y formas arrebatadoras que el más recatado vestido no consigue ocultar”. (O)