La migración norafricana y meso-oriental que llega a Europa, en su mayoría islámica, no lo hace con la intención de adaptarse a las convenciones que rigen a los países del Viejo Continente. La idea de ellos es disfrutar de la riqueza allí acumulada e imponer su modo de vida. El proceso es dinamizado por los conflictos de los estados de los que provienen los migrantes, pero estas guerras y revueltas no son el único motor de estos flujos. En todo caso, la islamización de Europa parece imparable y determinará, en el lapso de unas décadas, la caída de la cuna de la civilización occidental bajo el dominio de una cultura extraña, que niega sus valores esenciales.
El proyecto de Donald Trump de construir una pared para impedir la emigración latina, más que inmoral, será patéticamente inservible. Las presiones migratorias provenientes del sur taladrarán con rapidez física o virtualmente cualquier murito y seguirán llegando. El proceso que hará una sola América Latina de Alaska a Patagonia culminará en este mismo siglo. Hay diferencias entre este fenómeno y el que se da en Europa. Hasta el momento los latinoamericanos se han adaptado con eficiencia a vivir bajo las instituciones norteamericanas fundamentales, no han pretendido imponer sus reglas a la sociedad anfitriona. Es que provienen de naciones occidentalizadas, pero, ¡ay!, no occidentales. La diferencia está en que las del sur son poblaciones que descreen de las instituciones fundamentales de Occidente, la república y el capitalismo. Sintiéndose en mayoría o, simplemente en número suficiente como para influir decisivamente la marcha de los estados norteamericanos, se verán tentadas a importar sus usos político-económicos. Si Michel Houellebecq espantó con una novela sobre un presidente islámico en Francia, esperen una ficción sobre un mandatario peronista en la Casa Blanca... bueno, ya vimos algo parecido en el Vaticano.
Es grave. En el último milenio Occidente constituyó la vanguardia de la humanidad, lo que permitió dar el salto de calidad de vida más importante de toda la historia. Todo el progreso del que disfrutamos actualmente ha sido exclusivamente occidental. El cese de la actividad creadora de esta porción dinámica del género humano nos llevará a una nueva Edad Media, en la que imperios despóticos, cuyo germen ya lo vemos en Rusia, China y sus aliados, predominarán sobre un mundo empobrecido y estancado. La amenaza no está en las mareas demográficas cuyo control se le escapa a todo el mundo. La civilización occidental está inerme por la pérdida de fe en sus propios valores, por la sistemática duda de la legitimidad de sus sistemas de derechos, libertades y responsabilidades. Este quiebre no se ha dado porque sí, es producto de la ignorancia, cobardía y pereza de las clases dirigentes de los países que fueron baluartes de esa cultura. Creen que la clave de su sistema económico está en la rentabilidad y no en la creatividad. Y han sustituido el arte y el pensamiento, por el marketing, lo que vacía de sentido a toda la estructura. (O)









