Papelones han sido los del presidente que se creyó cantante, o las blusas bordadas del otro. Por papelón entiendo algo que cae sobre su ejecutor, que no nos salpica como sociedad, es un disparate sostenido con majestad o con cinismo. Da un poco de lípori, pero de allí no pasa. La vergüenza es mucho más grave, es una sensación que contamina y literalmente anonada, es decir que nos reduce a la nada. Y eso es lo que me ha producido el caso del asesinato de dos turistas argentinas en un balneario ecuatoriano.

Lo peor es que creo que la versión que sostiene el Gobierno es la verdadera. Porque ese es el Ecuador. Dudo que mafias de trata de personas estén involucradas, por eso mismo la amenaza es más profunda, este es un país estructuralmente inseguro. No miren para otro lado que así están las cosas y han estado por décadas. Definitivamente dos muchachas no pueden salir solas por la noche en las grandes ciudades ecuatorianas. Aquí no es nada difícil de creer que dos guardianes no puedan resistir la tentación de aprovecharse de dos adolescentes extraviadas, porque vivimos inmersos en una incultura que privilegia la viveza, el oportunismo para abusar de los cuerpos, de los espacios y de los bienes ajenos cuando hay la posibilidad de que no te cueste y de que no te pillen haciéndolo. ¿O no es así? Basta ver cómo manejamos. Es una incultura machista, que simultáneamente quiere reducir a la mujer “propia” y a la familia a clausurados gineceos, e irrespetar libremente a las otras, a las que están en la calle, sobre todo si van con poca ropa, porque “lo están pidiendo a gritos”. Muchas manifestaciones como las que vemos en las frases pintadas en vehículos, en canciones, ¡en televisión!, llevan la impronta de esa ideología degenerada. ¡Ojo!, no estoy pidiendo que se las censure, porque son efecto y no causa de este lamentable fenómeno. De manera que el caso de las argentinitas, me espanta, pero no me sorprende.

Cada vez que se presenta una situación así, los gobiernos se apuran, se declaran en duelo y dicen que van a mejorar la seguridad. Estas actitudes anclan en la idea errada y pueblerina de que el Estado sirve para hacer carreteras y fomentar “la cultura”. No, la primera y fundamental obligación del Estado y de los gobiernos, es la seguridad, para eso fueron creados. Todo lo demás se define como subsidiario, lo que, según me enseñaron, es de menor relevancia y no es el objeto principal de una institución. El mostrar complejos hidroeléctricos y centros tecnológicos como loables realizaciones en un país en el que dos mujeres no pueden circular con tranquilidad, porque pueden ser asesinadas, violadas o, por lo menos, acosadas, es prueba del fracaso del Gobierno, porque en nueve años ya se pudo haber hecho mucho, y del Estado, intrínsecamente corrupto, y de la sociedad por supuesto, digámoslo sin rehuir la responsabilidad que todos tenemos. (O)