Un interesante artículo se interroga sobre el aporte que puede hacer la locura, la enfermedad psiquiátrica, a la creatividad. El texto parte de una reciente ejecución del Concierto para violín en re menor de Robert Schumann, compositor que murió loco. Poco antes de perder totalmente la razón, Schumann entregó la partitura de esa pieza a quien estaba dedicada, el violinista Joseph Joachim, este rechazó ejecutarla, considerándolo producto de una mente desequilibrada, y prohibió que se tocara hasta cien años después. La misteriosa partitura tiene una historia tan demencial como su contenido, pero para lo que interesa, la segunda interpretación del Concierto en 163 años dio la razón a Joachim, es literalmente un disparate. De manera que la locura no es garantía de genialidad, sino que incluso favorecería lo contrario. El artículo se refiere también al mentado caso de Vincent van Gogh, quien era consciente de que su enfermedad perjudicaba su arte en lugar de estimular su creatividad. Añadamos que parece que en realidad el pintor holandés no tuvo nunca un padecimiento psiquiátrico, sino que sufría del llamado síndrome de Menière, rara enfermedad del oído que sin tratamiento puede “volver loco” al paciente.
Sin embargo, una enorme mayoría de personas considera que un artista debe estar loco o, por lo menos, “medio loco”. Y en efecto, el trato con multitud de creadores nos lleva a considerar que, en cualquier caso, se trata de personas muy especiales. Cabría hablar de “desequilibrio”, sin querer que este término coincida con una posible aplicación psiquiátrica del mismo. Algo está colocado de otra manera en sus mentes para que puedan ver el universo de un modo distinto y original. La capacidad de transmitir esa visión de una forma que entusiasme y convenza es lo que se llama el genio. Prácticamente todos los artistas logran una percepción singular y nueva del mundo, tienen el “desequilibrio”, pero muy pocos el genio para crear belleza a partir de él. Otra cosa es la habilidad, hay gente muy hábil en una u otra disciplina, pero si son demasiado normales no suelen pasar de un inofensivo amateurismo en el que ejercen sus dotes. La llamada “vida de artista” busca potenciar ese desequilibrio con situaciones desequilibrantes, con experiencias límite, que deben ser límite y no extralimitación para que sirvan. Estas vivencias pueden convertirse en arcilla para la creación y simultáneamente en el fuego que transformará ese barro en cerámica.
La creación ha sido considerada por muchas culturas como producto de la posesión del cuerpo del artista por entidades sobrenaturales. Otros mitos hablan de la inspiración, es decir, la introducción de un hálito, por parte de seres espirituales. Así son las musas helénicas, que Occidente racionalista las identificará con personas reales que desatan emociones que coadyuvan o generan la creación. En este sentido, el phatos enajenante que provoca el surgimiento del amor y su destrucción suele acompañarse de intensos estados de estrés, que fácil y ordinariamente se identifican con la locura y son manantiales privilegiados de creación. (O)