El escándalo Samanes es el más reciente número del circo de marionetas, payasos y leones amaestrados que parece montado para distraernos un poco a falta de pan. Antes de este escándalo ya tuvimos el caso Assange, la intervención a la Universidad Andina, la persecución a Bonil, y así por el estilo. En pocos días probablemente haya otro, que luego será reemplazado por otro, que será sucedido por un tercero.

Antes de que el affaire Samanes termine olvidado por el próximo show, sí vale la pena anotar un par de cosas. Una de ellas es que ni al Gobierno ni a las víctimas se les ha ocurrido iniciar una acción judicial. En cualquier nación relativamente civilizada, una institución que llegue a sufrir una arbitrariedad como la anunciada por el Gobierno habría recurrido a un juez en defensa de su integridad patrimonial. Una orden cautelar o similar habría sido concedida en 24 horas por cualquier juez, mientras que se ventile ante la justicia –que es donde debería ventilarse– un reclamo como el del Ejecutivo. Pero como sabemos esa es una quimera. Con contadas excepciones tenemos un sistema judicial y de control constitucional vergonzoso. La época gloriosa de la partidocracia cuando los borradores de las sentencias eran preparados en casa del dueño del país no ha cambiado. El único cambio es el nombre del dueño y la dirección de su casa. (Y después hablan de atraer la inversión extranjera…).

El otro asunto es la cuantía del escándalo. El alegado sobreprecio de la venta de esos terrenos –que no se sabe por qué no fueron expropiados simplemente– es apenas 41 millones de dólares. En el fondo esa cifra es una gotita de agua, una suma ínfima, un granito de arena, cuando se la compara con los 200 mil y más millones de dólares que han pasado por las manos del Gobierno, la riqueza más grande que jamás haya recibido gobierno alguno en nuestra historia.

¿Qué es el affaire Samanes comparado con los convenios de financiamiento con China, los contratos de las hidroeléctricas, los contratos petroleros, las carreteras, el gasto propagandístico, los reaseguros, la construcción de El Aromo, Monteverde, etc., la mayoría si no todos ellos suscritos sin los informes previos de los entes de control, pues ellos fueron oportunamente eliminados? La respuesta es que lo de los Samanes es una simple bagatela, una migajita que sirve para el circo y nada más. Por ello es que no sería de extrañarse que los funcionarios involucrados reciban pronto un homenaje de desagravio.

Mientras todo el circo de los Samanes provocaba sus efectos de entretenimiento, el riesgo país llegaba a 1.693 puntos, el crudo ecuatoriano se vendía en menos de 15 dólares, y miles de ecuatorianos estaban perdiendo su trabajo llevando angustia a sus familias. Pero nada de eso parece inmutar al régimen que sigue aferrado a un modelo que incluso antes de la caída del precio del petróleo ya había fracasado.

Si al menos hubiese pan, la mediocridad del circo y sus payasos sería más tolerable. (O)