Si hay algo globalizado hoy es la crisis de los sistemas de partidos políticos. Funcionaron durante la segunda mitad del siglo XX, pero han perdido la credibilidad y con ella, la capacidad de establecer gobiernos operativos. Lo vemos en España, con el surgimiento de nuevas corrientes que, sin ganar las elecciones, están en capacidad de imponer condiciones. En Grecia, un grupo antisistema ya es gobierno. En Francia y el Reino Unido, la posibilidad de que se dé algo similar es real. En Estados Unidos, el mismo fenómeno se presenta de manera distinta, debido a las particularidades del sistema norteamericano de partidos, estos son entidades con institucionalidad y líneas ideológicas muy flexibles. Allí, candidatos que no representan los tradicionales establecimientos partidarios se valen de los dos grandes partidos clásicos para hacer sus apuestas, eso hacen Bernie Sanders y Donald Trump.

El sistema de partidos es una de las fórmulas más ambiciosas del modelo de república representativa. Busca sustraer la decisión política del personalismo y, por tanto, de la arbitrariedad. En lugar de los impulsos e intereses personales, serían las ideas o doctrinas políticas las que determinen la actuación de los mandatarios. Cuando se elige a un gobernante o a un parlamentario, digamos, del Partido Socialista, se elige al portador de unas ideas socialistas, cuyo desenvolvimiento en su función será conforme a la doctrina en la que dice creer. Se supone que la estructura partidaria garantiza de alguna manera que esa persona actuará de manera ajustada al programa que la agrupación propone... Se supone, pero desgraciadamente con frecuencia antes que la letra del ideario están los intereses puntuales de los líderes. Desgraciadamente... porque así es el sistema republicano, una imperfecta construcción de seres humanos imperfectos.

A pretexto de las grietas inevitables de las estructuras republicanas, se han alzado dirigentes y organizaciones que pretenden sustituirlas por ensayos de “democracia directa”, o de “democracia popular”, o cualquier otra “alternativa creativa”. El resultado de estas “revoluciones” ha sido siempre, siempre, tiranías ineficientes y corruptas. Churchill tenía razón, la república es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás. Algunos países de América del Sur experimentamos tempranamente con inventos que pretendían reemplazar por “nuevas repúblicas”, las supuestamente perversas “partidocracias”, terminajo popularizado en malhadada hora. Al cabo de una década de este experimento, el resultado no puede ser más catastrófico, como lo demuestran el colapso venezolano y el, así llamado, “estancamiento” ecuatoriano. Harían bien los países europeos y Estados Unidos amenazados por corrientes de populistas, con un poco de modestia, volver la vista a estos países y aprender en cabeza ajena. No deben creer que por su mayor desarrollo económico e institucional están inmunes a este flagelo, recordemos nomás que Alemania, Italia, Austria y la mitad de Europa, a la cuenta, cayeron hace setenta años en la pesadilla nazi y fascista, impuesta por caudillos y movimientos que lo que ofrecían justamente era acabar con las repúblicas anquilosadas y sus partidocracias corruptas. Memento futurum. (O)