Ya sea que gane o no, la película nominada al Óscar con el mayor impacto –de salvar la vida quizá de miles de chicas– podría ser una de las que muy pocos han oído hablar.

Está protagonizada no por Leonardo DiCaprio sino por una mujer pakistaní de 19 años llamada Saba Qaiser. Su odisea empezó cuando se enamoró en contra de la voluntad de su familia y escapó de su casa para casarse con su novio. Horas después del matrimonio, su padre y su tío la convencieron de que se subiera con ellos a un auto y se la llevaron a la ribera de un río. Allí la asesinaron por su rebeldía: un “asesinato por honor”.

Primero golpearon a Saba, después el tío le sostuvo la cabeza mientras el padre le apuntó la pistola y jaló el gatillo. La sangre brotó, Saba se desplomó y el padre y el tío la metieron en una bolsa grande y la arrojaron al río para que se hundiera. Después se alejaron, muy satisfechos por haber restaurado el honor de la familia.

Aunque no lo crea, Saba estaba inconsciente pero no muerta. Ella alcanzó a mover la cabeza al momento del disparo y la bala le desgarró el lado derecho de la cara, pero no la mató. El agua del río la devolvió a la conciencia y ella como pudo salió del saco y se arrastró hasta la orilla. Llegó tambaleando a una gasolinera, donde alguien pidió ayuda.

Cada 90 minutos ocurre un asesinato de honor en alguna parte del mundo, que generalmente es un país musulmán. Tan solo en Pakistán ocurren más de mil al año y los asesinos suelen quedar impunes.

Al mirar el documental sobre Saba, La chica del río; el precio del perdón, yo no dejaba de pensar que, así como en el siglo XIX el reto moral central para el mundo fue la esclavitud y en el XX el totalitarismo, en este siglo, la cuestión moral que ocupa el centro es el abuso y la opresión, que son el destino de tantas mujeres y niñas de todo el mundo.

No sé si La chica del río vaya a ganar el Óscar en su categoría, la de documental corto, pero ya está teniendo su efecto. El primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, hizo referencia a la cinta al prometer que cambiaría las leyes del país para reprimir los asesinatos por honor.

La historia de Saba subraya el hecho de que las leyes actuales permiten que los asesinos literalmente se salgan con la suya cuando el honor es la excusa. Después de que los médicos le salvaron la vida –con policías cuidando la puerta para que el padre no regresara a terminar su tarea–, ella decidió que presentaría demanda contra su padre y su tío.

“Deben de ser fusilados en público en el mercado abierto”, le dijo a la documentalista, Sharmeen Obaid-Chinoy, “para que no vuelvan a ocurrir estas cosas”.

La policía arrestó al padre de Saba, Masgood, y a su tío, Muhammad. La defensa de ellos es que hicieron lo que tenían que hacer.

“Ella nos robó el honor”, explicó Masgood en su celda. “Si echa una gota de orina en un galón de leche, todo se echa a perder. Eso fue lo que hizo ella. Así que yo dije que la mataría con mis propias manos”.

Masgood agregó que después de haberle disparado a Saba, se regresó a casa y le dijo a su esposa: “Fui a matar a tu hija”. Y agregó: “Mi esposa lloró. ¿Qué otra cosa podía hacer? Yo soy su esposo. Ella solo es mi esposa”.

Los autores de asesinatos por honor generalmente no son enjuiciados, pues la ley pakistaní permite que la familia de la víctima perdone el asesinato. Así, un hombre asesina a su hija, el resto de la familia lo perdona y el hombre queda libre de problemas.

Los ancianos de la comunidad ejercieron presiones tremendas sobre Saba para que perdonara a su padre y a su tío. A fin de cuentas, el hermano mayor de su marido –el jefe de su nueva familia– le dijo que los perdonara y dejara eso atrás. “No hay otra forma”, aseguró. “Tenemos que vivir en el mismo barrio”.

Saba acabó aceptando y su padre y su tío salieron de la cárcel. “Después de este incidente, todos dicen que soy más respetado”, se jactó el padre. “Y puedo decirle con orgullo que en las generaciones por venir, ninguno de mis descendientes jamás pensará siquiera en hacer lo que hizo Saba”. Las familias siguen viviendo cerca y el padre asegura que no tratará de asesinar de nuevo a Saba.

La forma de reducir los asesinatos por honor es acabando con la impunidad. Saba trató de hacer su parte y esperemos que Sharif efectivamente acabe con el sistema legal del perdón.

“Yo quería empezar un debate nacional sobre este tema”, señaló por su parte Obaid-Chinoy, la directora del documental. “Hasta que no enviemos a la cárcel a esa gente y los pongamos de ejemplo, seguirá habiendo asesinatos por honor”.

Desde los atentados del 2001, Estados Unidos ha gastado miles de millones de dólares tratando de cambiar a Pakistán y a Afganistán con los medios militares. Yo sospecho que habríamos logrado mucho más si hubiéramos dependido en mayor medida de las herramientas de la educación y la integración de las mujeres.

Un punto de partida sería alentar a los gobiernos para que protejan a las chicas adolescentes de los padres que quieran matarlas. Acabar con este modelo de injusticia de género es el interés de todos nosotros. Es la gran tarea inconclusa de nuestro siglo.

© 2016 New York Times
News Service. (O)

Cada 90 minutos ocurre un asesinato de honor en alguna parte del mundo, que generalmente es un país musulmán. Tan solo en Pakistán ocurren más de mil al año y los asesinos suelen quedar impunes.