La prensa argentina se ha mostrado orgullosa al ver a su presidente y sus ministros desenvolverse fluentemente en inglés. Esto, que de por sí es ventaja digna de resaltarse, se agranda cuando se compara la sobria y eficaz actuación del actual mandatario con los liporíticos papelones de su patética predecesora. Es útil que un gobernante hable la que en la actualidad es, duélale a quien le duela, la lingua franca del mundo, con la que es posible entenderse en Europa y en China; que es medio indispensable para moverse en los ambientes tecnológicos y financieros; todo esto sin olvidar la gloriosa tradición cultural de la “música verbal” de Inglaterra, que cantó en boca de Shakespeare, de Keats, de Joyce, de Bradbury.
Por supuesto que no han faltado aquellos que consideran esta destreza como prueba del sometimiento “al imperialismo yanqui”. Si mal no me acuerdo, lo que hacían los sometidos al imperialismo era aceptar un endeudamiento a tasas leoninas, el entregar los recursos a través de contratos guardados con llave y aplaudir la “diplomacia de las cañoneras”. Pues estas son las vergonzosas condiciones de “nuestra relación especial” con China, si no las condenan, no tienen derecho para acusar a nadie de servidor del imperialismo, porque seguro son de los que van de rodillas a decir “shí, shí, shí” a Xi en mandarín... que sin duda no hablan.
Ahora bien, el dominio de la lengua inglesa es indicio de buena formación y de una mentalidad abierta al mundo... ¿y garantía de que va a ser un buen presidente? No, de eso no. Tal y cual lo son los títulos académicos de cualquier grado obtenido en las mejores universidades del mundo. Son referencias, indicativos, de ninguna manera prenda segura de un eficiente y limpio desempeño en el gobierno... ¿o no lo hemos visto?
La formación académica y la poliglotía son dos cualidades sobrevaloradas como avales de una buena gestión. Predisponen, ayudan, son mejor que nada ciertamente, pero no dan una fianza infalible de competencia. El arte de gobernar un Estado, o sea la capacidad de hacer que esta entidad cumpla sus fines de manera sostenible, parece que no se aprende en las aulas, sino que depende de otros factores cuya exacta y completa determinación nadie ha logrado. Y esto ocurre porque lo que se trata en estas actividades es de manejar personas, la materia más compleja, impredecible e indócil que hay. Es, por definición, un medio caótico en el que cualquier predicción es meramente probabilística. Ante un fenómeno de esta naturaleza lo mejor es no tratar de ponerlo en orden, porque no se podrá o el remedio resultará peor que la enfermedad. Es por esto que hemos visto a jefes de gobierno con no demasiados estudios, y hasta con mediocre capacidad de comunicación, cumplir exitosamente sus mandatos, porque se han limitado a mantener en marcha los sistemas, en lo posible aceitando la maquinaria social y limpiando la basura que se acumula, sin intentar inventar el agua tibia con “soluciones creativas”. (O)










