Una sandez de moda es opinar que no es lo mismo la administración municipal que la nacional y que el éxito en el gobierno local no preludia un buen manejo del Estado. Hemos sostenido siempre, basándonos en la abrumadora experiencia histórica, que quien ha manejado bien la tienda de la esquina tiene más probabilidades de hacerlo con el gobierno que aquel que no ha sido más que teórico académico. Por eso, quien ha sido competente en un municipio, que es ya una entidad política completa, tiene con ello el mejor expediente para ser jefe de Gobierno o de Estado.

Ejemplo clamoroso de esta lógica es el de Konrad Adenauer, canciller alemán de 1949 a 1963. Militante del partido católico Zentrum fue alcalde de Colonia desde 1917 hasta 1933 cuando se implantó el nazismo. ¡Veintiséis años y nadie se quejó! Su administración fue un modelo de eficiencia, cuya receta intentaron imitar otras ciudades alemanas. Los nacionalsocialistas lo destituyeron, lo encarcelaron y disolvieron el Zentrum. Tras el triunfo aliado, los americanos le encargaron de nuevo la alcaldía de Colonia, pero al tomar el control de la zona los británicos, lo depusieron, pues querían a un socialista en el cargo. Se dedicó entonces a formar un partido que superara la etiqueta católica del Zentrum dando cabida a todas las confesiones. Surgió así la Unión Demócrata Cristiana (socialcristiana en el estado de Baviera). Tras las elecciones en 1949, mediante una frágil coalición con los liberales, se convirtió en el primer canciller (jefe de gobierno) de la República Federal Alemana. Ya tenía setenta y tres años.

Tenía un país literalmente hecho polvo tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Implantó un sistema económico liberal, con tan radicales medidas que espantaron a los ocupantes aliados y estos pretendieron suspenderlas. Pero con eso la reconstrucción alemana arrancó. Al terminar su primer periodo como canciller ya tuvo que revaluar el marco. En breve, la nación aniquilada y amputada se convierte en la segunda economía mundial. Fue reelecto abrumadoramente en 1953 y 1957. Su triunfo en 1961 ya no fue tan contundente. Mientras tanto, junto con otros líderes de orientación socialcristiana, como Robert Schuman y Alcide De Gasperi, inició el proceso de integración que culminaría en la Unión Europea, sepultando milenios de enemistades y guerras.

Están claras las lecciones que se pueden extraer de tan luminoso modelo. La reconstrucción que requerimos es, desde cierto punto de vista, más compleja, porque aquí no hubo una guerra que acabe con el socialismo nacionalista. Es como si Adenauer se hubiese hecho cargo del poder en 1939, para entonces todavía muchos alemanes no habrían querido ver el desastre en el que les metió Hitler. Después de 1945 era evidente. En todo caso, la vía es la misma, seleccionar un dirigente con logros comprobables en su gestión local, para que encabece un proceso de restauración institucional y económico que establezca, por fin, un estado liberal sobre el entramado de una ética cristiana. (O)