En declaraciones publicadas por EL UNIVERSO y medios extranjeros, el secretario general de Unasur, Ernesto Samper, afirmó que los cambios políticos en Argentina y Venezuela responden al “giro normal” en un sistema democrático y que no hay confrontación ideológica en la región. Dichos simplistas que no disimulan su desazón, a pesar del lenguaje diplomático.

Es comprensible que no desee incomodar a quienes lo designaron, más su malquerencia hacia la prensa parece un rezago por la estigmatización cuando fue acusado de recibir aportación non sancta en su campaña presidencial. Estima en estos cambios políticos, el “aparecimiento y la consolidación de unos poderes fácticos” que –según él– son actores políticos que hacen política sin responsabilidad política; y además tilda a “algunos medios y grupos de comunicación” y ONG de actuar en función de intereses particulares. Lo cierto es que el periodismo independiente y las organizaciones de derechos humanos, ayudaron a la ventilación de la pestilente corrupción en Venezuela y Argentina; y permitieron nuevos vientos de libertad y transparencia.

El “giro normal” que adujo, al menos en Venezuela, no es tal. Los partidos de oposición –pese al reducido espacio democrático–, capitalizaron el rechazo a un gobierno autoritario de apariencia democrática, violento y generador de violencia, con sospechas de vinculación al narcotráfico, transgresor de derechos humanos y destructor de la economía y la seguridad ciudadana (27.875 homicidios en el 2015), que ha utilizado propaganda distorsionadora y alucinante, copiada del nazismo.

En Venezuela, no se trata de simples cambios, es cuestión de supervivencia, de recuperar la Democracia y la separación de poderes. Allá los chavistas se anticiparon a elegir magistrados del Tribunal máximo de Justicia, para evitar que lo haga la nueva Asamblea. ¿Cómo puede calificarse de normalidad democrática, después de que Maduro “instaló” un Parlamento Nacional Comunal “para fortalecer el poder popular”, buscando obstaculizar y deslegitimar a la nueva mayoría de la Asamblea Nacional? Samper contradice lo manifestado a un diario de Bogotá en febrero pasado, cuando reconoció la grave crisis venezolana, que atribuyó a injerencias internacionales, falta de diálogo político interno y a la situación social y económica. Pero, al cuestionársele su silencio ante el encarcelamiento de líderes opositores presos, justificó la necesidad de adoptar una actitud de “prudencia y diplomacia”.

El último “giro normal” en democracia se dio en Chile –un verdadero Estado de Derecho–, cuando triunfó Michelle Bachelet y recibió la banda presidencial del saliente Sebastián Piñera. En cambio, en la posesión del presidente Macri, la prepotente Cristina Fernández se negó a entregársela.

La Argentina no llegó al nivel venezolano, pero hay similares circunstancias de altísima corrupción, denunciadas por periodistas como Jorge Lanata. El kirchnerismo engrosó la burocracia en un 54%; y, para mantenerse en el poder apeló a ella para que votara por los candidatos de Cristina. También utilizó los medios estatales para promocionarse, con un hipócrita discurso socialista que al mismo tiempo exhibía la vida “a todo rejo” de una argolla succionadora del dinero del Estado. A la par, el cínico fraseo intolerante y la violencia verbal, también de uso cotidiano en Venezuela y acá.

Pareciera que Samper aún no sale de su sorpresa con los cambios en Argentina y Venezuela. Similar sorpresa sumada al hormigueo experimentado por ciertos gobernantes de la región. (O)