Entiendo a quienes permanecen alineados al régimen populista. Pertenecen a dos clases de personas, una, aquellos que lucran del Gobierno vía sueldos o contratos, legales digo, por si acaso, no soy “denunciólogo”. Es obvio, su supervivencia depende de la permanencia de la égida alianzapaisista. Cada uno de ellos aparece acompañado de parientes íntimos y cercanos que defienden los ingresos de su agnado o cognado. Claro que a veces les toca cumplir obligaciones feas, como clausurar medios de comunicación o apalear disidentes, cuya ética debería resultarles sospechosa, pero eso no quita que la postura de estos buenos padres o hijos de familia sea entendible, primun vivere...

La otra clase que conforma el gobiernismo empecinado son aquellos que carecen de las herramientas conceptuales necesarias para saber qué está pasando. Vivientes de un eterno ahora, piensan que buen gobierno es el que dio haciendo la carreterita, que lloran con el semidiós este que habla tan bonito (¿?) de soberanía y otras cosas bien magníficas, que les manda a guardar a los banqueros, a los periodistas y a los gringos. En este mismo grupo se cuenta una minoría de gente un poco más dotada y preparada, pero que, gracias a sus gafas unidireccionales y monocolores, tiene embotada su capacidad de análisis. Camuflados entre estos están poetas e intelectuales que entienden todo, pero que creen que ya es imposible abandonar el barco. A todos estos se les entiende porque no entienden o no deben entender.

Francamente a quienes no se entiendo es a los arrepentidos de primera o última data. Si algo no le ha faltado a este Gobierno es coherencia. Desde que el líder era ministro hasta este adviento en que comienza a calentar motores para evacuar, ha sido el poseedor exclusivo de la verdad, que no dialoga con mediocres, que desprecia y desconfía a la prensa. Su discurso ha sido el mismo siempre, sartas de consignas, eslóganes, tópicos, lugares comunes, citas fuera de contexto, galimatías del que nunca se pudo extraer nada en concreto, pero que hacía prever lo que vino: un socialismo de aguachirle, ruidoso como para espantar inversionistas, pero incapaz de construir un modelo realmente estatista. Fácil es decir en este punto “nos engañó”, porque no fue así, no trataba con niños.

No tiene importancia que la apostasía haya llegado hace ocho años o hace ocho días. ¿No estaban entre los entrevistadores entusiasmado del candidato que por su parte los trataba con la punta del zapato? ¿Dónde estuvieron cuando el Tribunal Electoral fue apaleado? ¿O cuando ese mismo Tribunal ya compungido destituyó inconstitucionalmente a medio Congreso Nacional? ¿Cuando la Asamblea de Montecristi aprobó los artículos que creaban este sobredimensionado poder presidencial? Claro que tienen derecho a abjurar y a retroceder, pero no veo suficientes mea culpa, declaraciones sinceras de responsabilidades o, por lo menos, una clara admisión de errores. Para retomar la marcha es indispensable un chapuzón de verdad, un ejercicio que demuestre la honestidad y buena fe de todos quienes dicen que quieren enderezar el país. (O)