La mayor parte del azúcar producida y consumida en Europa es extraída de la remolacha, un tubérculo grande, normalmente de varios kilos de peso. Se trata de una variedad de la misma especie de la roja hortaliza que consumimos en ensalada, se diferencian en el color pero se parecen en que son vagamente dulces. Un científico alemán, Franz Karl Achard, descubrió la manera de extraer de ese leve sabor azúcar en cantidades industriales. Durante las guerras napoleónicas al imponer los ingleses un bloqueo a Europa continental, no llegaba al Viejo Continente el azúcar de caña que se producía en las colonias americanas. La respuesta creativa de alemanes y franceses fue perfeccionar el método de fabricación de Achard y la cría y selección de remolachas cada vez más grandes y más azucaradas, con lo cual dejaron de depender del dulce proveniente del trópico. Entre las curiosidades de esta historia está que los comerciantes ingleses de azúcar de caña ofrecieron a Achar 200.000 dólares para que anunciase que su experimento había fracasado y los europeos se olvidaran de la remolacha.
Otra habría sido la historia del mundo si, en lugar de reaccionar con inventiva, los europeos continentales se hubiesen humillado ante los británicos o desesperados se hubiesen lanzado contra el bloqueo con tal de conseguir azúcar. Comparemos con lo que ocurre actualmente con los países occidentales y el petróleo. Se humillan ante dictadores o intervienen ilegítima y torpemente en otros estados. Porque la verdad de la milanesa en los asuntos de Medio Oriente y la turbulencia islámica está en el petróleo, lo demás ni siquiera es literatura. Occidente está atado de manos frente a la secta saudita que gobierna Arabia, que probablemente sea el grupo terrorista más peligroso del mundo. Ellos han sido los padres ideológicos y financieros del Daesh y Al Qaeda.
Los saud, una tribu intolerante, cruel y fanática, administran las mayores reservas petroleras del mundo, mientras esto sea así, no es posible enemistarse con ellos, ni con Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial y a Putin hay que sentarlo entre los gobernantes civilizados. Todo esto a menos que se descubra una remolacha energética que nos libre de la dependencia del sucio hidrocarburo. La posibilidad tecnológica no está muy lejana y solo se la posterga por pereza política. Además, tal cual pasaba con el azúcar, las grandes empresas petroleras dedican grandes sumas a boicotear esta posibilidad, entre otras formas, comprando las patentes de inventos que nos permitirán en un futuro próximo disponer de energía limpia y soberana, aunque sea fea la palabrita. Y las compran para archivarlas. Por otra parte, y es una pena admitirlo, financian a grupos liberales para que se opongan a toda forma de energía que no sea generada por la quema de hidrocarburos, haciendo creer que defienden la libertad económica. El tema del calentamiento climático no me preocupa mucho, pero el calentamiento político, que causó como doscientos muertos en París la semana pasada, sí es asunto para tomarse en muy serio. (O)







