Nos producen justa alegría los triunfos de los deportistas ecuatorianos y más los logros culturales y científicos de algunos compatriotas, desgraciadamente menos frecuentes. También los éxitos empresariales me merecen admiración, a pesar de que no juguemos en las ligas mayores y que al expresarlo me exponga a ser blanco del verdadero deporte nacional: la envidia. Esta semana hemos visto la consagración internacional de un connacional en un campo muy particular, el arte político. Me estoy refiriendo al rol que jugó Jaime Durán Barba en el afortunado resultado obtenido por Mauricio Macri en las elecciones presidenciales argentinas. Cierto es que terminó segundo en número de votos, pero es uno de esos segundos con fuerte sabor a primero, que presagia una victoria en el balotaje. Y aunque así no fuese, los números son alentadoramente altos, dadas las difíciles circunstancias que debió afrontar la postulación de Macri... todos los socialistas del siglo XXI suelen alinear diecisiete jugadores en un deporte que solo permite once. Por otra parte, este no es, de ninguna manera, el primer triunfo de Durán en cancha ajena, solo recordemos que también estuvo al lado de Violeta Chamorro cuando ella desalojó a Daniel Ortega de la Presidencia en Nicaragua y eso que los sandinistas acababan de “liberar” a Nicaragua. Pero la importancia geopolítica de Argentina agiganta los resultados.

Sé que mi contento no será compartido por todo el mundo, no porque se cuestione a Durán como persona, sino porque no se termina de entender el papel fundamental que juega el arte político en las modernas repúblicas. Se tiene todavía la idea de que al ring de la política hay que salir un poco “así como estás”, para como amateur exponer ideas y quedar a merced de la buena voluntad de los ciudadanos. ¿Qué tal si en economía se hiciese igual? ¿Y por qué no en medicina? El estatus epistemológico de la ciencia política da para hacer necesario un arte y una técnica política que nos permitan actuar con eficiencia en este campo tan complejo e importante. Si uno cree que en la política se deben defender las “buenas causas”, precisamente por eso ha de actuarse con realismo y responsabilidad, bajo la dirección de profesionales que den viabilidad a esas sanas intenciones.

Jaime Durán es un hombre que, con la mayor sencillez, es capaz de hablar de Wittgenstein o de Sun Tzu, mostrando su lujosa cultura. Jugador de go y viajero empedernido, ya en la universidad era conocido por su buen humor, es una de las personas más divertidas, interesantes y enigmáticas que he conocido. Sobre todo asombra su realismo, su forma de ver las cosas, el mundo y las personas, absolutamente desprovisto de preconceptos, dogmas y supersticiones. También es imaginativo y ocurrido, está permanentemente atento a las nuevas ideas, tendencias e inventos y no se arruga frente a la tecnología. Mientras más pienso en el Durán Barba social, más me explico por qué tiene tanto éxito en el papel de consultor político de nivel internacional. (O)