¿Te llamabas Wendy Lou o Mary Jo? Rubia, en todo caso, como pocas por aquí, la piel solo existía en ese color sobre el papel cuché o en mis sueños... Ídolo por unos meses, hasta poder nacionalizar (robar es siempre un sinónimo perfecto) otra Playboy de algún pariente. Al final todas las playmates de los desplegables de la página central terminaron fundidas en un solo arquetipo, en una sola deidad, en el primer y último ídolo que adoraré para siempre.

Pocas revistas han contribuido a la idea de modernidad como Playboy. De ninguna manera fue la primera que publicó fotografías de mujeres desnudas. Anteriormente otras se atrevieron pero siempre fueron semiclandestinas o, en todo caso, mal vistas, y ninguna como esta logró insertar lo erótico en los anaqueles de la decencia. Contrapunto y tema central de la revolución que estalló en los sesenta y que se llevó tantas cosas por delante, su clave estuvo en el buen gusto. Un buen gusto que más descuella porque a su toque el kitsch se transformaba en elegancia. Te ofrecía visiones de lo posible, lo imposible y lo perfecto en luminosa conjunción estelar. La chica de la casa de al lado o la compañera de oficina, junto con la universalmente deseada celebridad, más el apoteósico centerfold, tres personas en una sola diosa verdadera. ¡Ayayay!, un réquiem andino entono para ti.

No van más las mujeres desnudas en Playboy, se ha decidido. Sí, eran excelentes las entrevistas del magazine de Hugh Hefner... supongo que eso era lo que leía el maduro ejecutivo que ocultaba su ejemplar dentro de un libro de contabilidad para leerlo en la oficina. Pero si es solo para instruirme, mejor leo The Economist o Letras Libres. Estaba muy bien la conversación con Timothy Leary y el cuento de Lawrence Durrell, pero no ameritaban jugarse el físico recuperando para el pueblo esa edición. “Es que ahora se puede ver de todo en la red”. ¡Precisamente por eso! Porque siempre, con mayores o menores dificultades, se pudo ver de todo, pero Playboy tenía una manera única de hacerlo. Diseñó una fórmula de erotismo que nos caló hasta la médula y al hacerlo te creó excelsa reina olímpica y parnásica.

Esta jugada comercial, que no deja de tener un aire de gazmoñería, es un salto al vacío, probablemente será la coda de una historia de glamur, transgresión y recomendable consumismo. Bueno, lo que exactamente se proscribe es la desnudez total. ¡Traición! Lo que siempre estuvo prohibido en Playboy fue la prohibición, por eso justamente encarnó ese espíritu de los sesenta. Con qué pacatería nos irán a salir. ¿No es esto señal de la vuelta de cierto puritanismo? Por eso con esta música plañidera te despido playmate única, porque eres la imagen de la libertad, de la mía propia, porque no me valen razones políticas, ni religiosas, ni comerciales para la autocensura. En mí vivirás para siempre como ícono de lo intocable y pero en todo caso magníficamente deseado. (O)