Vale la pena hacer una visita virtual a la Asamblea (solo hay que buscar en YouTube) para tratar de encontrarle alguna explicación al monumento al absurdo que erigieron el jueves 23. Después de ver y escuchar los discursos de lado y lado, es posible intuir las razones que llevaron a los asambleístas de mentes lúcidas a firmar una resolución que sería la burla en una asamblea vecinal, no se diga en un órgano parlamentario nacional. Con casi noventa firmas decidieron que los asambleístas “deberán observar de manera estricta las disposiciones constitucionales y legales que garantizan el derecho al honor y buen nombre de las personas, teniendo la obligación de buscar, recibir, intercambiar, producir y difundir información veraz, verificada, oportuna, contextualizada, en la presentación de sus discursos y actuaciones ante el pleno de la Asamblea Nacional”.

Dejando de lado el estropeo de la gramática, que parece ya inevitable en las altas esferas, esta decisión llama la atención si se considera que los firmantes son representantes de la voluntad popular. Pero parece que estos señores (y señoras dirían por esos lados) no tienen idea del lugar que ocupan ni de las funciones que desempeñan. Si ya fue un disparate que pusieran todos esos adjetivos (veraz, verificada, oportuna, contextualizada) en la Ley de Comunicación, es una barbaridad que ahora los apliquen a la actividad parlamentaria. No solo que no hay forma de medir esas cualidades y tampoco hay un órgano encargado de ello, sino que atenta contra el sentido común ponerlas como condición de la expresión de posiciones políticas. ¿Se habrán puesto a pensar en lo que significa exigir veracidad, verificación y oportunidad a los discursos eminentemente políticos que nutren la vida parlamentaria? ¿Habrán escuchado alguna vez que allí deben contraponerse ideas e ideologías?

Cuesta aceptar que quienes se desempeñan en esos cargos ignoren que el nombre genérico de los congresos o las asambleas es parlamento, una palabra que alude al lugar donde se parla, se habla, se dialoga. Aún más difícil es aceptar que, en medio de tantas personas, no hubiera una sola que pudiera explicarles que al poner esas condiciones, cierran la posibilidad de intercambio de opiniones y la expresión de posiciones, que son las bases de la actividad parlamentaria. Si todo fuera un resultado de la ignorancia, habría motivos de peso para preocuparse por el nivel de nuestros representantes. Pero, si el objetivo era obstaculizar la expresión de los opositores y poner el diálogo bajo siete llaves, como sostienen los malpensados, entonces la preocupación se desplaza hacia la calidad y el futuro de nuestra democracia.

Hasta ahora, la queja generalizada acerca del desempeño de la Asamblea apuntaba a la falta de iniciativa de sus integrantes. Por ello, la metáfora de los borregos se instaló con fuerza en el imaginario colectivo. Pero, ahora, cuando se advierten las nefastas consecuencias que se desprenderán de esta resolución, muchas personas dirán que quizás era mejor aquella situación. A fin de cuentas, no se corría el riesgo que siempre existe cuando se intenta que funcionen las piezas oxidadas. (O)