Los liberales poco formados suelen dar por bueno a todo el que parezca empresario. En el proyecto liberal como sistema económico y social, los empresarios son un estamento clave. Su función es crear riqueza para ellos mismos y, al hacerlo, beneficiar a toda la comunidad. No son ángeles, ni santos y no es nada difícil que tiendan a procurarse esa riqueza por cualquier medio. Son una casta indispensable para la prosperidad de las naciones, pero que debe estar siempre atraillada, como los perros de caza. Ahora surge en todo el mundo una preocupante moda, los hombres más ricos se convierten en políticos e intentan ser jefes de Estado. Un empresario no es de por sí más inteligente, ni más honrado y, mucho menos, más liberal que un político bien formado. Las experiencias hasta la fecha de presidentes magnates oscilan entre malas (Berlusconi) y mediocres (Piñera). Ni Thatcher, ni Reagan, ni Adenauer fueron empresarios o potentados. El billonario ecuatoriano metido a candidato fue un grave factor de desestabilización, causante parcial del horror en que caímos. No quiero ni siquiera pensar en lo que el actual precandidato Donald Trump llegado a presidente de los Estados Unidos puede causar en el mundo, dada la potencia de su país.

Trump tiene como una de las bases de su campaña un primario racismo, basado en atribuir a los inmigrantes latinoamericanos toda clase de crímenes. Habla de tomar medidas duras, y ha llegado a amenazar con construir una muralla que separe a su país de México. Esta aberración segregacionista ha sido desmentida categóricamente por los hechos, que demuestran que los migrantes latinos tienden a cometer menos delitos que sus pares de otras etnias. Además, los años de incremento de la inmigración latina coinciden con los de bajas en las tasas de crimen. Pero, sobre todo, esta es una visión tajantemente antiamericana, contraria a la esencia de un país que se formó como un crisol donde peregrinos de todas las razas y credos contribuyeron a levantar la más rica y poderosa sociedad de la historia.

Curioso pero explicable, no son raros los ecuatorianos que se identifican con el antilatinismo de Trump. Son aquellos que no quieren “encontrarse con cholos” cuando van de vacaciones a Miami. La estupidez humana no se para en las fronteras, recordemos que en nuestro país hubo un partido nacionalsocialista que proclamaba la superioridad de los arios. Hacia los años 30 del siglo pasado, un hombrecillo vociferante, con risible bigote chaplinesco y cerquillo, causaba risa entre los biempensantes. Poco después desató la mayor masacre de todos los tiempos. El tupé y las ideas primitivas de Trump pueden resultar estrafalarios y hasta ridículos, pero no deben ser despreciados. Los estudios lo sitúan bien en la carrera presidencial, es un populista que sabe apelar a los sentimientos más oscuros de su electorado, su tosco pensamiento económico es claramente mercantilista, hace gala de enfrentar a una desgastada partidocracia. Su tendencia es lo más parecido al nazismo que hayamos visto surgir en América. (O)