El libro Y siguió la fiesta, del periodista británico Alan Riding, describe y analiza la vida cultural de París bajo la ocupación nazi. Salvo para los judíos, que fueron encarcelados, deportados y finalmente asesinados, la presencia de autoridades y tropas alemanas en la llamada Ciudad Luz no parece haber tenido mayor impacto en el desenvolvimiento del pensamiento y las artes. Hubo entre la alta intelectualidad francesa muy pocos casos de genuina resistencia y activismo, entre ellos está el de Albert Camus, cuyo integérrimo compromiso con la libertad no tendrá resquicios durante toda su vida. En cambio están los casos de Sartre y Picasso, perfectamente acomodados a la situación.

Riding es un experto en América Latina, incluso es nacido en Brasil. El tema de la actitud de los intelectuales ante las dictaduras siempre le ha llamado la atención. Considera que, en general, en nuestra región las élites culturales no han colaborado con las dictaduras. Este interés lo lleva a escribir este libro sobre cómo reaccionaron artistas y pensadores ante la peor experiencia, tomando en cuenta que Francia ha sido por excelencia el país de los intelectuales comprometidos. Para iniciar se plantea una serie de preguntas cardinales: ¿el talento y el estatus implican una mayor responsabilidad moral?, ¿puede la cultura florecer sin libertad?; ¿trabajar bajo la tiranía significa colaboración? y ¿los mayores creadores tienen la obligación de ejercer un liderazgo ético?

Estas interrogaciones son perfectamente pertinentes si se las aplica a la realidad ecuatoriana. ¿Qué se podría responder a ellas y cómo han reaccionado los intelectuales del país en los temas planteados? Humanista y cristianamente debemos entender la superioridad como un servicio, por eso, quien tiene habilidades y destrezas, y prestigio, está obligado a dar testimonio cuestionando la arbitrariedad y la corrupción. Nuestras “élites intelectuales” parece que no se sienten llamadas a ser conciencia del país, debe ser porque no están seguras de sus talentos... todo con las excepciones excepcionales. La cultura bajo el autoritarismo tiende a mediano plazo a empobrecerse y entontecerse, ya lo vamos viendo con los despliegues “plásticos” del arte oficial y del cine de propaganda, que ofenden al sentido estético más tolerante. Trabajar bajo un régimen represivo hasta puede ser un mérito, siempre que a pretexto del espacio para hacerlo no se condescienda con los abusos. Artistas y pensadores ecuatorianos, de nuevo con importantes aunque escasas excepciones, definitivamente no buscan ningún liderazgo ético. Estupefactos no intentan una sola respuesta creativa a la situación, algunos se han convertido en mascotas que las autoridades sacan a pasear en eventos de cualquier laya, “vean este escritor ¡mansito, cómo mueve la plumita!, ¡admiren a este pintor amaestrado, cómo estira el pincelito!”. Ya me imagino hace no más de diez años la que se hubiese armado si la Embajada hubiera presionado a la Casa de la Cultura. O la batahola que habrían levantado si se hubiese cedido un canal de señal abierta a la Voice of America. Callados a cambio de migajas, “es que de algo hay que vivir”, ¿no? (O)