Desde el hígado hasta la visita papal, pasando por la lectura de las encuestas y los informes de inteligencia, muchos motivos pueden explicar el cambio de posición del líder. Sorpresivamente, con la banda presidencial cruzada en el pecho, dio marcha atrás en un tema que pocas horas antes le llevaba a jugarse la vida. Seguramente nunca se llegará a saber qué fue lo que pasó a lo largo de ese lunes, pero sí se puede intuir lo que puede suceder en los próximos días.

La principal constatación es que esa fecha quedará como un hito que marca un antes y un después en la era correísta. No se lo puede calificar como el principio del fin, pero sin duda fue un momento de inflexión. Es la primera vez que, obligado por la presión, ha puesto marcha atrás en una decisión tomada. Ciertamente, el discurso de la noche fue la repetición, sin gritos y con un tono más pausado, del que dio en la mañana, pero el retiro de los proyectos marcó una gran diferencia entre ambos. La utilización de las mismas descalificaciones y de los mismos argumentos utilizados en la mañana queda en segundo plano cuando se considera que el mensaje central que recibió la ciudadanía fue el del líder invencible cediendo su lugar al político que puede ser derrotado.

Es una derrota que se expresa fundamentalmente en dos aspectos. En primer lugar, dentro de condiciones que podrían considerarse como políticamente normales, una derrota de este tipo sería un hecho corriente. Pero el problema es que durante ocho años no hemos vivido en condiciones políticamente normales. No ha habido el juego político en que se puede ganar o perder sin que eso signifique un cataclismo. Las medidas, las acciones, la definición de la agenda e incluso las reacciones de los opositores han dependido del líder. A pesar de las advertencias hechas desde diversos sectores, todo el proceso se hipotecó a sus acciones y a su presencia. Nunca se construyó el andamiaje necesario para despersonalizar el proceso y así asegurar la continuación de los cambios realizados. Él es la revolución y la revolución es él. Por ello, en la derrota no está solo, con él resbala todo su proyecto.

En segundo lugar, aunque el descontento expresado en las manifestaciones no se reduce exclusivamente a las dos leyes propuestas, es innegable su importancia para el proyecto correísta. Con ellas buscaba marcar el giro a la izquierda, que se hacía necesario para recuperar la imagen original. Esta se había perdido por la cadena de medidas conservadoras y por haber escogido el pragmatismo como guía. Incrementar los impuestos a las herencias y a la plusvalía era un paso de gran importancia en esa dirección. El objetivo, aun a costa de la incertidumbre que inevitablemente se instalaría en la ciudadanía, era enviar una señal de la radicalización anunciada en el mensaje a la nación. Era devolverle el contenido perdido al discurso izquierdista. Por tanto, no es una derrota menor ni pasajera. Es un golpe bajo la línea de flotación. (O)