La revolución ciudadana ha caído en un peligroso irracionalismo político: inflama el ambiente hasta el límite, elogia la confrontación, rechaza la búsqueda de consensos como una actitud burguesa light, y cuando encuentra reacciones en las calles, expresiones de malestar ante tanta provocación, grita a voz en cuello: ¡Desestabilización!, ¡conspiración!, ¡golpe blando! Entonces entra a funcionar el aparato de propaganda para retratar de la peor manera a los manifestantes, con lo cual vuelve a incendiar el escenario.

O perdió la brújula el Gobierno y se volvió torpe, o hay un afán deliberado para generar confrontación como una gran cortina de humo frente a la retahíla de equivocaciones de los últimos meses y el espectro de la crisis flameando sobre la cabeza de todos. La última maniobra política –el impuesto a las herencias y a la plusvalía ilegítima– muestra la torpeza: cuando el Gobierno viene acumulando oposiciones desde una diversidad enorme de organizaciones y colectivos sociales –expresadas en tres marchas importantísimas en los últimos meses– se abre un nuevo frente con todos los sectores –bajos, medios y altos– vinculados a empresas familiares. Correa encendió malamente el ambiente a propósito del impuesto a las herencias: habló de dinastías, de aristocracias vagas y decadentes, vinculó las desigualdades sociales a la existencia de empresas familiares, dijo que se debe acabar con esa estructura porque se mueve a contrapelo de una sociedad de méritos –¡vaya concepción!– y amenazó con poner un impuesto del 80%. Incendió el escenario con su lengua larga, ideológica, bravucona, su discurso de confrontación de clases, para luego gritar ¡conspiración, desestabilización, violencia!

Lo cierto es que el Gobierno suma oposiciones. A los sectores sociales que vienen recuperando con éxito su capacidad de movilización –médicos, sindicatos, indígenas, maestros, exservidores públicos maltratados, ciudadanos indignados, ambientalistas– se suman ahora empresarios y clases medias de todo el país, a los que se añaden frentes políticos opositores desde la derecha, el centro y la izquierda. A este escenario se suman las ciudades donde la revolución perdió enorme espacio en las elecciones del 24F. Quito se volvió adversa al Gobierno desde hace rato, Guayaquil se movilizará el próximo 25 de junio, Cuenca le ha dado la espalda, y Galápagos, desde los márgenes, levanta una protesta insospechada. A este complejo frente de oposiciones, de múltiples y diversas indignaciones, se suma un espíritu forajido que desempolva la memoria de luchas recientes contra gobiernos abusivos y corruptos para reclamar la salida de Correa. “Fuera, Correa, fuera”.

El gran problema actual, el gravísimo problema actual, es que la política, desde la llegada de Alianza PAIS al Gobierno, se ha pensado como pura relación de fuerzas. Correa ha restregado mil veces en la cara de sus opositores ser más, muchísimos más. Desde ese pedestal se ha burlado y ha maltratado a personas y grupos. Cuando el balance de fuerzas se vuelva adverso al Gobierno, nadie reparará en la estabilidad democrática para modular sus posturas. Cuando se sienta débil a Correa, como ya se lo empieza a percibir, seguramente no habrá vuelta atrás. Demasiados maltratos del caudillo todopoderoso han dejado infinidad de sensibilidades políticas y morales heridas. (O)