Un canal de televisión fue procesado por emitir en horario para todo público un programa de lucha libre. La empresa argumentó en su defensa, como es verdad, que todo el mundo sabe que en los supuestos combates, las “llaves”, acrobacias y payasadas que ejecutan los luchadores sobre el ring son trucos destinados a entretener. Nosotros que en la niñez corríamos a ver las películas de luchadores mexicanos, Santo, Huracán Ramírez, Blue Demon... mientras que nuestros hermanos más chicos se amamantaron con los argentinos Titanes en el Ring, preguntamos si esta afición al cachascán (españolización del inglés catch-as-can) ¿nos hizo más violentos? No, por cierto, si no anduviéramos vociferando por los pueblos de la patria insultando al que asome.

Pero, pensándolo bien, de pronto las autoridades tuvieron razón en censurar ese programa, no por violento, sino porque podría transmitir la idea de que todo en la vida es tongo. Por ejemplo, ustedes deben haber visto espectáculos de esta laya: Su Majestad, que ese era su nombre de pelea, el poseedor invicto del cinturón tricolor, subía al ring todos los sábados y trituraba a sus adversarios. Pero las reglas de la federación establecían que no se podía ser campeón en más de dos ocasiones consecutivas. El perpetuo ganador amenazó con retirarse del deporte, con irse a pelear a Europa y hasta con romperles la cara a los dirigentes si no lo dejaban ser indefinidamente campeón. La federación cedió a sus presiones. Al sábado siguiente, con gesto magnánimo, Su Majestad se dirige a los jueces de mesa, preguntándoles si tenía derecho a seguir luchando. Estos le dicen que sí, que siga nomás... la multitud ruge de aprobación en los graderíos (en realidad lo que se hace oír es el claque, espectadores pagados con entradas y sándwiches gratis para impulsar alguna decisión... esto también es truco típico de cachascán).

Obtenida la autorización, Su Majestad vuelve al ring y saluda sonriendo a la afición, hay algunos que silban, pero el claque bien organizado, aunque minoritario, los hace callar. Para sorpresa de muchos anuncia que se retira para dar oportunidad a otros luchadores, que conste que no se va porque se lo prohíben, sino porque quiere, por amor al deporte y respeto a la afición. En realidad se aparta porque sabe que tienen que subir el precio de las entradas y disminuir el tamaño de los asientos del coliseo. Cuando esto se produce declara que si él fuese el campeón, no se habrían atrevido a hacerlo y anuncia su vuelta a la colchoneta. Reaparece, golpea inmisericordemente (“¡tongo no!”, gritan algunos, pero son callados) a su sucesor y recupera el título, que lo mantiene por cuarenta años, porque eso ya estaba autorizado. Ciertamente, no se rebajó de nuevo el precio de las entradas.

Entonces, se comprenderá que este tipo de actuaciones no deben ser presenciadas por el público, no sea que se repliquen de manera parecida en actividades serias como la política y sus eventos electorales, por ejemplo. (O)