Casi todos los presidentes, y muchos que no lo son, cuentan con el apoyo de una o más personas para escribir sus discursos. Son los escritores fantasmas, los ghost writers que, en aras de un bien superior, se han resignado a no ver nunca su firma en sus escritos. Son personas que deben desarrollar una sensibilidad especial para lograr que el texto calce a la perfección con el personaje que los leerá. Cuando no existe esa capacidad, se produce disonancia entre la persona y las palabras, como la que hace notar Roberto Aguilar en una reciente entrada de su blog Estado de propaganda.

Felizmente, con el líder no sucede eso, porque al ser una persona que habla de lo humano y lo divino, que puede tratar con solvencia y maestría todos los temas de la sabiduría mundial sin equivocarse jamás, nada suena disonante. Por eso, se nota a leguas cuando el ghost writer se ha tomado una licencia y ha puesto algo de su propia cosecha. Es lo que sucedió en la última sabatina, emitida desde el palacio legislativo el domingo 24 de mayo, al meterse en el berenjenal de la democracia, el consenso, el disenso, la confrontación y la ciudadanía.

Para comenzar, calificar a la democracia como burguesa es hacerle un regalo inmerecido a la burguesía. La democracia, a nivel mundial, es el resultado de las luchas populares, no es una dádiva de los sectores acomodados. Una rápida revisión a la historia de los siglos XIX y XX le habría evitado al escribidor caer en un error de esa naturaleza. Es más, le habría servido para articular un par de frases que hicieran justicia a trabajadores, campesinos y más sectores populares que arrancaron libertades y derechos a quienes se los negaban. Así mismo, esa breve visita a la historia le habría evitado poner en el mismo saco a los Estados Unidos de Lincoln, El Salvador del obispo Romero y las democracias contemporáneas. A nadie –excepto a ese fantasma– se le puede ocurrir que quienes ahora hablan de la necesidad de consensos hubieran hecho esa propuesta en una sociedad esclavista o bajo una dictadura.

Las patinadas del escribidor se produjeron también al contraponer la ciudadanía republicana a la ciudadanía liberal. La diferencia entre la libertad como no intervención y como no dominación es obra de un liberal, Isaiah Berlin, que fue testigo y víctima de los totalitarismos que quisieron condicionar las libertades y los derechos a la participación en el ámbito público. Si hubiera ido un poco más atrás en la historia, el ghost writer habría encontrado el origen de la concepción republicana en Esparta, donde el ciudadano era tal solamente en la medida en que entregaba su vida (sí, literalmente su vida) a la colectividad. Habría encontrado también que una de las principales herencias republicanas en la actualidad es la separación de poderes y no la habría calificado como una aberración.

Es tan grande el daño que hace el escribidor cuando deja volar su imaginación, que hasta al líder le hace fallar. (O)