La dictadura de Pinochet fue una tiranía asesina, pero no era fascista, por mucho que guste endilgar este adjetivo a todo el que nos cae mal. Se trató de un gobierno autoritario en lo político, con pretensión de ser capitalista en lo económico, pretensión digo porque no llegó a imponer un capitalismo integral, puesto que, entre otras desviaciones, dejó gran parte de la explotación del cobre, el principal recurso del país, en manos del Estado. No fue sustancialmente diferente de los llamados “tigres asiáticos”, cuyos gobiernos autoritarios también se mancharon, aunque no tanto, con excesos de represión. Quienes sostienen que el fascismo es una suerte de capitalismo con dictadura yerran a sabiendas, lo que buscan es poner en el mismo saco con los nazis a quienes discrepan con ellos.

Una clave del fascismo es su orientación nacionalista, que constituye el pretexto para orientar toda la actividad social hacia el engrandecimiento de la “nación”. Como consecuencia de esto es totalitario, es decir, interviene en todos los aspectos de la vida de la sociedad y de las personas. Mussolini lo definió: “Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado” (Fidel Castro, tan original él, dijo: “Dentro de la Revolución, todo; contra de la Revolución, nada”). El Estado se mete así en la vida familiar, en la intimidad sexual, en los consumos, en el tiempo libre, en la cultura, claro, en la cultura... El Estado fascista recurre a todas las artimañas para controlar la economía: proteccionismo, salvaguardias, direccionamiento del crédito, planificación central, prebendas, regulación salarial, manipulación monetaria... Imagine algún tipo de limitación a la libre actividad económica, pues esa la aplicaron todos o algunos de estos regímenes. Es bobería corriente poner como ejemplo de la colaboración entre la empresa privada y el Estado fascista las relaciones de la famosa empresa acerera Krupp con el nazismo. Y sí, es un buen ejemplo, pero de la completa instrumentalización que estos gobiernos hacen de toda la sociedad en procura de un “proyecto” nacionalista. La empresa privada es tolerada en la medida en que se acomoda a la voluntad de los autócratas.

El nazismo llevará esta tendencia a la “perfección”, mientras que el franquismo español se inició tratando de ajustarse al modelo fascista de la Falange, mas al cabo de cuarenta años este régimen ofrecía una versión un poco “capitalizada”. De manera que hay ciertas diferencias entre los distintos fascismos, pero a medida que se los analiza se ve que son en el fondo bastante similares. La monomanía con la grandeza se traduce siempre en una obsesión con la “obra” física, utilizable o meramente suntuaria pero en todo caso gigantesca. Rasgo notorio y permanente de estas dictaduras es la hipertrofia del aparato de propaganda estatal, dedicado a vender el proyecto encarnado siempre en un caudillo o guía todopoderoso e intocable.

Estos son los hechos históricos, así fue y es el fascismo, determine entonces, lector, ¿cuáles gobiernos en la actualidad se ajustan a estas características y deben ser calificados inapelablemente de fascistas? (O)