Hace algunos años que mis artículos no son replicados por cantidades significativas de cartas de detractores, como sí ocurría cuando me inicié en esta columna. Da la impresión de que resolvieron, juiciosamente digo, no perder tiempo discutiendo con quien no les iba a dar la razón. Curiosamente, cuando toco temas internacionales, siempre algún estalinista sale a defender a Castro, Putin o Maduro. Pero el flujo normal de correspondencia con mis lectores se reduce a menos de una decena de e-mails que me expresan su acuerdo o piden alguna aclaración. Me sorprendió que el artículo de la semana pasada, que trataba de la libertad y el espíritu, bien en abstracto, haya merecido más mensajes por diversas vías de lo que estoy acostumbrado. La mayor parte manifestaban coincidencia, pero varios, provenientes de personas que respeto y admiro, discrepaban, incluso con dureza, sin que por esto perdiesen el tono amistoso. Como mi propósito era, justamente, suscitar opiniones que contribuirán a aclarar más el asunto, se les agradece en serio.

Ese tema, el de la libertad, siempre evoca el de la igualdad. “Libres e iguales” son dos términos que se mencionan con frecuencia conjuntamente, pero no falta quien los considera contrapuestos. Dicen: a más libertad, menor igualdad y lo mismo a la inversa. Con ese pensamiento, la implantación de la “igualdad” por la fuerza del poder ha sido el gran pretexto histórico para suprimir la libertad. Esto, en sí mismo, es una contradicción, porque al arrogarse unos la facultad de decidir qué es igualdad, dejan a otros sin esa posibilidad, es decir, forzosamente establecen la máxima desigualdad. Si se mira bien, toda desigualdad es una limitación a la libertad, siendo por esto la primera solo un aspecto de la segunda. La desigualdad significa en última instancia que determinada persona no tiene libertad para poseer algún tipo de bienes, ni para entrar o salir de alguna parte, ni para opinar sobre ciertos temas y así pueden imaginarse otras situaciones similares. La desigualdad es un estatus jurídico, la impone una norma, y no se refiere necesariamente a la inequidad en el reparto de la riqueza, aunque casi siempre termina manifestándose así. Una de la características fundamentales de la libertad es la propiedad de una persona sobre el fruto de su esfuerzo. Sin propiedad privada lisamente no hay libertad, un esclavo no puede adueñarse de lo que produce su trabajo. Cuando un grupo monopoliza ciertas libertades en una sociedad, forzosamente termina acumulando mucha más riqueza que el resto que deriva hacia condiciones de esclavitud. Nunca ha sucedido lo contrario.

Reiterando, toda desigualdad es siempre el recorte de una libertad, como lo demuestra un ejemplo del día. Al impedir mediante “salvaguardias” que ciudadanos pobres compren bienes de menor precio y superior calidad, para favorecer el desarrollo de una industria “nacional” ineficiente, es decir para beneficiar a ricos industriales, al coartar la libertad de comercio de los primeros, se aumenta automáticamente la desigualdad. Y podemos citar infinitos casos reales que confirman que libertad e igualdad son dos factores inseparables de una misma entidad. (O)