El otro día fui al Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos a inscribirme como “culto”, pero me dijeron que no eran esos cultos los que administraba esa cartera de Estado. Mi confusión se explica tanto por mi notoria ignorancia, como por el impreciso significado de la palabra culto y de su afín cultura. Podría decirse que todos los ministerios pueden ser y son “de cultura”, porque su competencia está referida a actividades “del ser humano en tanto es humano”. Pero entendemos, con buena voluntad, que cuando hablan de un Ministerio de Cultura se están refiriendo a las artes y al pensamiento, que en sí mismos son materias de bordes imprecisos.

Debe ser por esta difícil determinación que, a pesar de haber creado un ministerio dedicado específicamente a la cultura, este Gobierno no ha dado pie con bola en ese campo. La sucesión discontinua de siete ministros es el resultado de esa desorientación. Ha sido un error antiguo ya hacer ministros de Salud a excelentes médicos, con resultados casi siempre pobres, porque el tipo de profesional ideal para tal cargo es un administrador de salud y no un cirujano, digamos, por excelso que sea en su especialidad. Lo propio se ha visto en la cultura, no son los realizadores culturales (artistas, pensadores, críticos, etcétera) los mejores manejando su ministerio, siendo el perfil preciso para ello el de un gestor cultural, algo que no ha sido ninguno de los siete secretarios que han desfilado con desigual suerte por ahí. El quinto designado para el cargo era un periodista con inquietudes culturales y fama de enérgico, que se fue resentido sin explicar por qué. El sexto era otro periodista, devenido en diplomático, quien evidentemente se encuentra más a gusto en esta actividad a la que retornó al cabo de pocas semanas. Y el séptimo es un tecnócrata cuya mayor recomendación parece ser haber metido a las universidades en horma, en un proceso de mano dura, en el que no faltaron intervenciones de la fuerza pública. Por supuesto que se trataba de una horma en la que calzaba la pataza del Gobierno. ¿Será eso lo que quieren para la cultura?

Mientras tanto, la creación artística y reflexiva se debate en el peor momento de la historia. Se ha afirmado con toda razón que la plástica, gloria de la cultura ecuatoriana, por primera vez no tiene una generación que renueve lo que artistas que hoy tienen alrededor de 60 años hicieron. La música popular está estancada, mientras que la Orquesta Sinfónica Nacional se ha convertido en un conjunto dedicado a amenizar eventos. Se asignaron grandes recursos al cine, sin que los resultados estén en proporción a lo invertido. Importantes escritores se han convertido en inofensivas mascotas de las autoridades. ¿Danza, qué será eso? Así, en todos los campos encontramos un plano desierto cultural con esmirriadas plantas que no hacen sombra a nadie. No es sorprendente, ese es el paisaje cultural que imponen siempre los totalitarismos.(O)