“Si esta noche ofendí vuestra ética, vuestra moral, vuestras buenas costumbres, si ofendí y mancillé el honor de algún ídolo o algún líder de ustedes, créanme, lo hice de todo corazón”. Con esta declaración terminó su presentación el humorista Arturo Ruiz Tagle en el Festival de Viña 2015. La gente aplaudió. Su rutina tal vez no estuvo a la altura de otros profesionales del stand up comedy de la región, sin embargo, su intento por compartir una crítica a la sociedad y las autoridades del país del Sur fue premiado por el público.

Como Ruiz Tagle, una serie de personajes vinculados a estas artes, desde Le Luthiers hasta John Oliver, o medios como Charlie Hebdo y The Clinic, utilizan su espacio para resignificar el malestar social.

La crítica libre desde el humor permite tomar distancia y observar los acontecimientos, dando un nuevo sentido a los hechos o comportamientos; es también el compromiso del artista frente a una realidad que intimida, utilizando este recurso como una herramienta de reflexión.

Pero nada de esto es nuevo, por eso me descolocó la sanción a Bonil por parte de la Supercom. A veces pienso que sus argumentos fueron muy ingeniosos, tal vez del mismo calibre que algunas de las creaciones del caricaturista, había que ser muy lúcido para encontrar una interpretación de la caricatura en cuestión como un tema racial o social y no de carácter político. Pero luego me parece más bien como una película de terror.

Cuando en un filme de este género aparece una escena en la que se deja ver de reojo un cuchillo fuera de lugar en la cocina, es evidente que en algún momento se utilizará para atacar o defender a uno de los personajes.

Lo mismo me pasó cuando revisé por primera vez la Ley de Comunicación y vi de reojo el art. 10, y su numeral 1, con el que fue sancionado Bonil, en el que enuncia que todas las personas naturales o jurídicas que participen en el proceso comunicacional deberán considerar las siguientes normas mínimas referidas a la dignidad humana: a. Respetar la honra y la reputación de las personas; b. Abstenerse de realizar y difundir contenidos y comentarios discriminatorios; y, c. Respetar la intimidad personal y familiar.

Ese era el cuchillo. Tarde o temprano sería utilizado para atacar o defender a alguien; claro, el que decide es el dueño del cuchillo, porque si el propietario fuera otro, tal vez se sancionarían los programas del sábado, unos cuántos tuits que incitan a los conflictos de clases y muchos etcéteras más.

No me preocuparía tanto si no sintiera en los discursos y acciones la declaración de una lucha que pareciera ir hasta las últimas consecuencias por imponer una verdad y un modelo. La sola idea de la declaración de una lucha, en esos términos, implica una significación que no es sana para la convivencia de un país. (Los semióticos de la Supercom pueden profundizar sobre esto).

Creo que hay que dejar espacio para la discusión, la crítica y los consensos. Una sociedad es igual a la calidad de las conversaciones que tiene.

Hay que permitirse vivir en respeto, no amargarse tanto y seguir avanzando con infinito humor. (O)