Lenin, el amazónico no el siberiano, agitó el avispero y logró la hazaña de relegarle al líder al segundo plano en el escenario mediático. Su agenda de entrevistas, agobiadoramente cargada y cuidadosamente repetitiva, no fue la que corresponde a una persona que viene a una visita familiar ni a quien tiene que desarrollar sus actividades en el marco de un organismo internacional. Fue una agenda muy parecida a la que cumplen los políticos en la etapa previa a una campaña, cuando salen con un termómetro electoral a medir los cambios que cada una de sus palabras produce en la temperatura política. Como aconsejan los manuales, a partir del resultado que arroje esa medición se puede tomar la decisión de participar o no en la elección.

Es inevitable que una persona como él deba abocarse ahora a esos cálculos, porque es poco probable que la gira por radios, periódicos y canales de televisión haya sido un inocente ejercicio de reivindicación de la relación entre la política y el buen humor. Es imposible imaginarse que alguien que ocupó la Vicepresidencia y que es el único que cuenta con tanta o mayor popularidad que el líder considere las entrevistas con los principales periodistas políticos quiteños como una visita de cortesía. Asimismo, es absurdo pensar que por vivir fuera del país desconozca que en las filas gubernamentales no hay una sola persona aparte de él (y del líder, por supuesto) que pueda ganar la elección presidencial. No se le podría creer si dijera que no le han llegado las encuestas que, a partir de simulaciones electorales, pintan un panorama catastrófico para la continuación del actual proceso. En fin, es seguro que él sabe, porque no es ingenuo, que es la única garantía de un correísmo sin Correa.

Por ello, porque lo sabe, habló más para los propios que para los ajenos. A estos últimos se dirigirá en la campaña, si finalmente se decide, pero a los propios había que hablarles ahora. Y lo hizo con éxito. Obtuvo lo que quería. Provocó una reacción tibia, cuidadosa, muy alejada de la condena a los infiernos que han recibido todos los infieles y traidores. La de AP fue la respuesta de quien comprende que sería una locura seguir en el viaje sin llanta de emergencia. Eso era suficiente.

De aquí en adelante, entre los cálculos que debe hacer –además de consultar la temperatura electoral– están los que se refieren a la situación que le tocaría vivir como continuador del caudillismo sin el caudillo. Es sabido que no existen bases institucionales ni recursos políticos (partido, militantes, organizaciones autónomas) para asegurar la permanencia del famoso proyecto. Por ello, en caso de que llegara a triunfar tendría que conducir una utopía desaparecida. Viviría una experiencia de realismo doloroso, como sucede con la protagonista de la película Goodbye, Lenin (valga la asociación de nombres), que gracias a las piruetas de todas las personas de su entorno no llega a percatarse de que, mientras estuvo en coma, se derrumbó el socialismo y su país desapareció. (O)